Doña Irma sabía que su hija no iba a recuperar los dientes perdidos y que nada podría borrar el dolor ni la humillación sufrida el pasado mes de abril cuando las compañeras de Natalie la lanzaron con saña contra una pared, dejándola seriamente lesionada. Sin embargo, su acentuado sentido de dignidad se sobrepuso al miedo. Armada de la fortaleza propia de las madres solteras, desafió al sistema y se constituyó en un ejemplo de valentía para muchos padres que pasan por la misma situación. También, se convirtió en pionera al lograr la primera sanción económica por este tipo de casos.
¿Qué fue lo que motivó tanta ira en la joven agresora? Una peligrosa amalgama de resentimiento e insensibilidad. Natalie compartió inocentemente el primer día de clases que provenía de un colegio privado. El dato fue suficiente para alborotar al fantasma del odio y la frustración en la mente de Brenda (la agresora), quien ahora tendrá que recibir 18 meses de terapia psicológica y efectuar seis meses de trabajo comunitario “para incentivar su sensibilidad el dolor ajeno” pues, según el dictamen pericial, no lo tiene.
Trato de imaginar el tipo de hogar del cual proviene esta muchacha y muchos otros jóvenes que son incapaces de sentir piedad por el prójimo.
La insensibilidad es una forma de defensa psicológica frente al dolor emocional, una forma automática de adaptación experiencial ante situaciones traumáticas y perturbadoras como violaciones, desprecios, humillaciones, falta de amor o palizas que al final terminan por configurar el mundo de quien las vive y le inducen a comportarse de determinada forma. No hay duda entonces de que tanto la agresora, como su madre y seguramente otros miembros de la familia necesitarían recibir terapia psicológica, pues ¿Qué pasará cada vez que esta adolescente se levante del diván y tenga que enfrentarse nuevamente a la realidad cotidiana? ¿Cuáles son los alcances y límites de la asistencia psicológica cuando muchas personas sobreviven en contextos extremadamente adversos, donde manejarse con relativa cordura es un verdadero portento?
Otro asunto sobre el cual es preciso reparar es en la complicidad por acción y omisión de las autoridades del Instituto e incluso, la de algunas alumnas que mintieron en sus declaraciones al decir que Natalie se había caído y calificaron el hecho como “una broma entre estudiantes”. Es reprochable que hayan sido inducidas a mentir y más aun, que ellas lo hayan permitido. Ojalá y las amonestaciones o sanciones para estas conductas sean también consideradas por el juez.
El caso vuelve a plantear la importancia de que padres e hijos establezcan una buena comunicación, fluida y sincera. Enseña a los padres la importancia de escuchar y actuar oportunamente, a manera de evitar tragedias con consecuencias perennes. Es una lección de amor y odio; de coraje y dignidad; y una gran oportunidad para que la legislación y el sistema de justicia se preparen, actúen con pertinencia y sienten precedentes ejemplares que inhiban las malas conductas.
El caso es otro llamado a pensar en el tipo de enseñanzas que se incuban en el sistema educativo. Otra ocasión para reflexionar sobre la complejidad y profundidad de nuestros problemas y para reconocer que lo peor que puede pasarnos como sociedad es que tal sobredosis de violencia, nos lleve a aceptar el maltrato con total normalidad.
¿Qué haremos para prevenir la indolencia? ¿Cómo cerrar espacios al resentimiento? ¿Cómo forjar jóvenes felices? Esta es una historia donde la frontera entre víctimas y victimarios a ratos se torna confusa.
Mis felicitaciones sinceras a la Fundación Sobrevivientes por tan loable labor a favor de la justicia.
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