Así retrata Foucault en Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión el uso del modelo de control social para las pandemias de antes del siglo XX, que funciona de manera muy parecida a lo que vivimos hoy: esencialmente, división y marcaje.
Quizá se advierte que el discurso de mano dura de la actual administración de gobierno quedó fuera estos días, pero realmente está en uno de sus puntos gustosos, es decir, en estados de excepción que abren paso a la poca transparencia en la gestión de recursos, a una disimulada rendición de cuentas, a un alto control social con el apoyo de un cuerpo policial y militar que no tarda en recobrar sus memorias autoritarias y, finalmente, a una sociedad de marcaje que etiqueta y persigue al malo para entregarlo a los que deben disciplinarlo.
Si bien es importante y necesario tomar medidas de control, estas deben estar basadas en salud pública. Pero no parece ser así. Y es que nuestra tradición hiperpresidencialista y corrupta induce a disfrazar de noble al corrupto y de papá amoroso al autoritario. Se induce a las personas a un estado inconsciente que le garantiza al poder un funcionamiento en automático. El problema es que este poder ha privatizado los servicios esenciales y básicos y que ahora quiere negociarlos con nosotros cuando, en esencia, son derechos.
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Hoy el vigilante es más agudo. No está vigilando desde afuera calle por calle, como describía Foucault. Hoy esta dentro de la casa, disfrazado de teléfono inteligente que escucha y condiciona la forma en que vas a marcar tu comportamiento ante el consumo de productos. Si Bentham se maravilló de lo fácil que era trasladar el modelo del panóptico social al de control de condenados, hay que imaginarse lo cómodo que él podría sentirse hoy sabiendo que es mucho más fácil analizar la información de las personas y experimentar con esta. Ya el gobierno actual lo hizo en una propuesta en la que decía que solo se podía tener acceso a páginas gubernamentales, de manera que se limitaba el acceso a información diversa.
Si alguien tiene duda de cómo funciona el hospital, que venga, declara el presidente. Y es que, sí, el control lo puede ejercer cualquiera una vez que sea sobre el cuerpo del enfermo, pero nunca sobre cómo se condiciona la vida de ese enfermo. Así, el presidente invita al PDH a acompañarlo al terreno para ver cómo se arriesga la vida cual guerra, y no cual pandemia.
Estamos entonces ante un riesgo inminente. Superar de alguna forma esta pandemia trae consigo el debilitamiento de ciertas causas sociales logradas, además de la posibilidad de instalar discursos de super mano dura, sobre todo en aquellos de bandera blanca, que se hacen visibles ante la decadencia del estado de bienestar.
No me extrañaría que, pasado esto, en pleno bicentenario de independencia, se aumente el uso de la prisión, aparezcan nuevos mercaderes de la salud y se multipliquen los modos de moralización espiritual. Lo peor será que los jueces queden sujetos a sus propias creencias culturales y repliquen el modelo disciplinante en complacencia con el nuevo panóptico social y el aumento de los mecanismos de disciplina.
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