En el oriente de Guatemala, la tradición literaria de nuestros días no rinde tantos frutos como en otras partes del país. Atrás quedaron los días cuando se leían los versos del poeta chiquimulteco don Humberto Porta Mencos o los artículos del polemista jalapaneco don Clemente Marroquín Rojas. Como oriental y amante de lo que mi amigo Luis Arturo Palmieri denomina «la buena letra», que no se trata de un asunto caligráfico, sino más bien de la buena literatura, me emocioné cuando un amigo me comentó que una joven escritora de Sanarate había publicado un libro y se estaba presentando en las principales librerías del país.
Pues comencé a seguir a la autora en redes sociales. Se trata de Ana Lucía García Ruano, una joven auditora, muchacha de pueblo, que habla como hablan en su pueblo y escribe como habla. Su libro fue una de mis lecturas decembrinas y me hizo reflexionar sobre el valor del arte y de la literatura en nuestras vidas y sobre cómo en nuestro medio existe mucho talento literario por compartir.
La obra de Ana Lucía es un testimonio de vida, producto de las notas de su diario y de su gran capacidad de retentiva. Se desarrolla en ambientes conocidos de Sanarate y de la ciudad de Guatemala, en lugares y momentos reconocibles para cualquier habitante citadino. La autora combina un uso elegante del castellano con expresiones propias del oriente guatemalteco y de los slangs millennials. Decide publicar el libro después de la recomendación de una profesional que dirigía su terapia. Un producto de mucho valor literario y de incalculable valor en su vida personal.
Episodios de la vida en Sanarate, la narración del trabajo disciplinado para conseguir las metas trazadas en su vida, el vaivén de una complicada relación amorosa, grandes problemas que interrumpieron su trayectoria vital y un testimonio de paciencia, resiliencia y capacidad de perdonar son los principales ingredientes de la obra.
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Bendito el momento en que Analú decidió publicar este libro. Va a ser algo de mucho bien en estos tiempos tan convulsos en los que vivimos, en los que parece que mucha gente pierde la brújula, olvida sus principios y valores, no encuentra respuesta a sus aflicciones y termina por tomar decisiones tristes o por caer en la depresión indefinida.
Es una obra valiosa para lectores jóvenes, para quienes enfrentan momentos difíciles, pruebas o tribulaciones. En esta obra encontrarán palabras de aliento, fuerza y consuelo para superar obstáculos y afrontar la vida con coraje y gallardía en el testimonio de alguien con quien se pueden identificar con facilidad. De seguro encontrarán inspiración en algunas de sus virtudes y reforzarán su sentido de gratitud con la vida.
Y también es motivo de inspiración para escritores jóvenes en la provincia, para quienes leen las obras de Mario Vargas Llosa y de Manuel Vilas (por buscar a dos grandes de moda en las letras castellanas), para quienes ven lejos cómo hace más de cinco décadas don Miguel Ángel Asturias recibió el Premio Nobel de Literatura y piensan que no habrá otro pronto o creen que de un pueblo pequeño no puede salir un Oswaldo Salazar o un Francisco Méndez. Pues sí. En una aldea de Jutiapa o a unas cuadras del parque de Masagua puede estar la escritora o el escritor de este siglo.
En gustos se rompen géneros. Algunos preferirán iniciar su año literario con historias novelescas o con ficción. A veces es preciso volver a la librera para leer una biografía sencilla, preguntarse cuáles son las historias detrás de nuestras canciones favoritas o meditar sobre qué inspiró los versos de los poemas de toda la vida. A veces es preciso meditar sobre las hazañas de lo cotidiano y las luchas del día a día. Justo de eso trata la obra de Ana Lucía.
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