Y si respondo No, me expongo a enfrentar los altos costos de los daños materiales provocados por un posible vengador. Hace tiempo, la sinceridad de un “vigilante” me dejó pasmada: ¿Se lo cuido? o ¿se lo rayo?, inquirió, claro y directo.
Los cobros por adelantado me sacan de quicio: “Son 20 quetzalitos, señito y tiene que pagarlos ahorita” (esto es lo que yo llamo una extorsión cariñosa). La primera vez que protesté ante la antojadiza tarifa y por la exigencia del pago por anticipado la respuesta fue: “Lo mismo tendrá que pagar en el parqueo y ellos tampoco se hacen responsables por lo que pueda pasarle a su carrito”.
Estos 20 quetzalitos suelen incrementarse dependiendo el área, el día, la hora y el tipo de actividad de que se trate. En la zona viva, en los grandes conciertos o las actividades deportivas, la tarifa puede oscilar entre los Q20 y los Q50, aparte es el servicio de car wash el cual, dicho sea de paso, puede ser pactado o sorpresivo.
Una vez cancelado el servicio, lo más seguro es que no vuelva a ver a aquel fulano, cuyos gritos de: “Dele, dele, dele” son cobrados a un promedio de Q5 cada uno.
La inseguridad, la falta de parqueos públicos y de oportunidades de empleo formal han hecho de estas tareas de vigilancia una actividad floreciente pero peligrosa y abusivamente descontrolada. La vía pública ha sido tomada con botes, lazos, piedras o toneles que demarcan la propiedad de ese espacio territorial (público) por el cual ahora “tenemos” que pagar. Lidiar con este tipo de extorsiones y chantajes es cada vez más frecuente. Estamos aparentemente indefensos y sin atisbos de solución. Digo “aparentemente”, porque bien dicen que mientras hay vida, hay esperanza…
No todos los cuidadores de carros son delincuentes o ejercen esta labor bajo efectos de alguna droga o del alcohol. Muchos han encontrado en esta actividad la oportunidad de llevar el sustento a sus hogares y lo han hecho por años, ganándose incluso el respeto de los vecinos del barrio donde suelen trabajar, por lo que no se trata de erradicarlos, sino de hacer de esta tarea algo justo, digno y controlable, donde ambas partes –quien recibe el servicio y quien lo presta– puedan obtener beneficios y prevenir excesos.
En algunos países, como Uruguay, la vigilancia de vehículos es ya una actividad regulada. Lo primero fue hacer un censo de las personas que se dedicaban a esta tarea. Luego, se realizó un proceso de registro (nombre, domicilio, documento de identificación) para obtener una acreditación que les habilitaría como “vigilantes autorizados” toda vez –eso sí– aprobaran los cursos de capacitación y demostraran no tener antecedentes penales ni policíacos. La acreditación debe ser actualizada con cierta periodicidad y llevarse colgada al cuello, acompañada de otros distintivos como chaquetas y gorros sin los cuales, el ejercicio de esta labor podría ser sancionada por los inspectores designados o por los exigentes conductores que atienden acusiosos estas garantías de seguridad.
Pero la medida fue más allá de controlar la identidad y entrenamiento de los cuidadores, también se estableció un tarifario de cuotas con el propósito de evitar atropellos de ambas partes, así como se favoreció la erradicación del trabajo infantil.
Además, al estar ubicados en áreas específicas, estas personas podrían constituirse en colaboradores de los vecinos y la policía en la prevención de hechos delictivos, lo cual ameritaría un mayor análisis en aras de determinar los roles, tareas, necesidades de entrenamiento y modalidades de coordinación.
En síntesis, la dignificación de este trabajo podría representar un mayor compromiso, responsabilidad y entrega por parte de quien lo ejerce. Pero además, significaría reconocer y recuperar el respeto, la seguridad y la consideración que los conductores merecemos y demandamos con sobrado derecho.
La habilitación de más parqueos públicos y la instauración de regulaciones a los privados, es otro tema pendiente que amerita abordarse en una próxima columna.
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