Alcanzar el cuerpo celeste más cercano a la Tierra es difícil sin importar cómo se vea. Solo la distancia ya es avasalladora: la Luna nos queda en promedio a más de 384,000 kilómetros de distancia. Es como darle la vuelta al mundo más de 9.5 veces, sin contar que luego hay que regresar. Pero primero hay que escapar de la gravedad de la Tierra. Desde el nivel del mar eso requiere acelerar para llegar a una velocidad de al menos 40,320 km/h [1]. Esto es más de seis veces más rápido que los proyectiles al salir del cañón de los más poderosos tanques de guerra. Si se quiere enviar personas, hay que hacerlo de una manera que no terminen exprimidas con la aceleración, pues los cuerpos humanos son muy blandos. Hay que llevar todo el combustible, provisiones y oxígeno para llegar vivos. ¡Y para volver! Para rematar, al llegar es necesario desacelerar lo suficiente para posarse sobre la Luna sin estrellarse. No cuenta como éxito dejar en ella manchas de metal y carne.
En suma, tiene mucha validez ese lugar común entre gente que se dedica a estos asuntos: el espacio es duro. Sin embargo, 6 misiones del programa Apollo alunizaron, 12 personas caminaron sobre la superficie y otras 15 pudieron verla desde una órbita lunar. Así que deténgase a contemplar el hecho, pues es un logro fantástico, que todas y todos tenemos razón para celebrar.
¿Cómo llegó a suceder? Una parte la puso la competitividad más básica, incluso vulgar: líderes políticos estadounidenses y soviéticos —todos hombres— estaban embarcados en ese ominoso concurso de «la mía es más grande que la tuya» que conocemos como Guerra Fría. Pero aun en ello siempre contó, sobre todo, la imaginación. Esta permitió transmutar una lucha a muerte, de balas y misiles, en una demostración simbólica: dominar los retos del espacio fue prueba suficiente de la capacidad para vencer al contrincante.
Desde mucho antes ya era la imaginación la que marcaba el camino a nuestro satélite. H. G. Wells, padre de la ciencia ficción moderna, inauguró el siglo XX con Los primeros hombres en la Luna. Y desde entonces muchos autores encendieron la imaginación, cada vez con mayor certeza de la posibilidad de realizar el sueño.
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Con genio retórico, John F. Kennedy bebió de esas fuentes para condensar y manipular (pero también para inspirar) en 1962: «Escogemos ir a la Luna […] y hacer otras cosas, no porque son fáciles, sino porque son difíciles, porque organizan y miden lo mejor de nuestras energías y habilidades». Con ello subrayó que nuestro viaje a la Luna empezaba con la imaginación aunque se completara con la ciencia. Y el vehículo maravilloso para hacer ese recorrido es la lectura. Desde las mil y una noches iluminadas por lunas enigmáticas, pasando por las órbitas elípticas que descifra el Principia de Newton (publicado un 5 de julio, justo hace 332 años dentro de dos días), hasta la teoría de la relatividad, que explicaría tiempo y espacio en una escala que aún nos cuesta entender, pero que cuenta mucho si hemos de movernos en el espacio exterior. Así llegamos a la electrónica que nos conectó con los astronautas y que hoy habita en nuestros teléfonos celulares. Llegamos a la tecnología que construyó los cohetes y módulos lunares y a la química que sintetizó los materiales necesarios para soportar el calor y la radiación cósmica. Nos llevó incluso al mylar metalizado de los globos, ironías flotantes que hoy en cada fiesta nos invitan a recordar que hace medio siglo flotamos sobre la Luna.
Desde lo profundo hasta lo banal, desde la antigüedad hasta el presente inmediato, en tabletas de barro, papiros, papeles y pantallas, fue la escritura, fueron los textos los que dejaron fluir la información, los que incendiaron la imaginación, pero que a la vez permitieron acumular la sabiduría para soñar con la Luna y alcanzarla con éxito. Por eso hoy estamos a la puerta de otra fecha importante. El 11 de julio arranca, en el Fórum Majadas, la Feria Internacional del Libro de Guatemala, nuestra Filgua. Marque su calendario y lleve a las chicas y a los chicos, que son diez días para encontrar libros e información, para construir conocimiento y depositar sabiduría. Son, sobre todo, diez días para imaginar.
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[1] En la práctica, es menos desde una órbita que desde la superficie terrestre, pero ignoremos esto por el momento.
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