Expresiones de la sociedad civil, algunas muy espontáneas y otras más organizadas, no se han hecho esperar tanto en Guatemala como fuera de nuestras fronteras. Y todo apunta en la misma dirección: la gente nunca se queda de brazos, y menos aún ante la certeza de que no se tiene un gobierno confiable.
Los guatemaltecos, una vez más, demuestran su enorme resiliencia, pero también vuelven a demostrar su hartazgo con la dirigencia política. En otras palabras, los mensajes no han variado de...
Expresiones de la sociedad civil, algunas muy espontáneas y otras más organizadas, no se han hecho esperar tanto en Guatemala como fuera de nuestras fronteras. Y todo apunta en la misma dirección: la gente nunca se queda de brazos, y menos aún ante la certeza de que no se tiene un gobierno confiable.
Los guatemaltecos, una vez más, demuestran su enorme resiliencia, pero también vuelven a demostrar su hartazgo con la dirigencia política. En otras palabras, los mensajes no han variado desde las jornadas de agosto de 2015. Una vez tomada la plaza, la gente se la ha apropiado y ha construido canales de expresión en contra de un sistema agonizante, inoperante, ineficaz, costoso y desconectado de la realidad.
La primera capa de mando del gobierno, comenzando por los mismos presidente, vicepresidente, ministros, secretarios, diputados y muchos alcaldes, se ha revelado por enésima vez como incapaz de ordenar las prioridades de desarrollo del país para atender los problemas de fondo y reaccionar con celeridad ante una situación que pone a prueba y desnuda la flaca institucionalidad que tiene Guatemala.
No así los cuadros más operativos, más cercanos a la población (bomberos, policías, Cruz Roja y similares). Esos sí que han sido capaces de generar vínculos con la población afectada y con el resto de la sociedad civil, que se ha volcado espontáneamente a llenar el enorme vacío de nuestro famélico Estado.
Tomando cierta distancia de los hechos y observando lo que ha sucedido en estos últimos días, se pueden sacar algunas lecciones.
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Primero, es innegable que tenemos un país con mucho capital social dispuesto a organizarse para participar en la vida ciudadana, pero que por falta de dirección estratégica no se logra aprovechar en su totalidad y solamente desfoga en momentos de emergencia. Pero además la sociedad guatemalteca revela cada vez más cómo sobrevive no gracias al Estado, sino a pesar del Estado, aunque por lo mismo solamente logra alcanzar niveles mínimos de desarrollo, que le son insuficientes para mejorar de manera sustantiva los niveles de vida actuales y de las nuevas generaciones. Vivimos en un país que ya aprendió a prescindir de sus autoridades, síntoma muy delicado para nuestra democracia y nuestro desarrollo futuro, caldo de cultivo para el desorden y la confrontación.
Esas tres lecciones pueden llevarnos en dos direcciones: o tomamos conciencia de la urgente necesidad de invertir en fortalecer un Estado mucho más moderno, profesional, eficaz, ágil y transparente, con capacidad de pensar estratégicamente el mediano plazo y con clara vocación de servicio hacia los segmentos más necesitados, o dejamos que la inercia con la que ya nos estamos moviendo nos continúe arrastrando en dirección a una mezcla peligrosa de anarquía y radicalismo mesiánico que solamente acentuará la pobreza, el caos y la desconfianza entre nosotros.
Hay que hacer algo ya para devolverles a la función pública y a la participación política el prestigio y el valor que deben tener. El tiempo se nos acaba.
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