No me parece correcto que los dueños de los medios me confinen -al mejor estilo de los tres monos sabios- al rol de lectora, televidente o radio oyente pasiva. No me gusta tener que aguantarme al columnista abusivo cuyo afán de popularidad lo convierte en el peor de los gamberros, emitiendo ofensas e insultos con total impunidad. Tampoco me agradan los plagios, las imprecisiones en el uso de conceptos o las exageraciones. El derecho a la libre expresión y el derecho a la información deben fundamentarse en las normas éticas del quehacer periodístico.
Es por esta razón que en varios países se cuenta con la figura del Defensor del Lector, cuya función es atender y procesar las quejas que los lectores plantean en relación a fallas periodísticas, de manera de encontrar soluciones satisfactorias basadas en el diálogo, la imparcialidad, el equilibrio, la veracidad y el buen gusto.
El Defensor es un puente entre el medio y los usuarios. Su trabajo se guía por los manuales de estilo, los de redacción y los estatutos. Puede actuar a instancia de los lectores o de oficio en todos los asuntos que afecten la credibilidad del diario o los derechos de los lectores. Es decir que cumple una función de doble vía pues, por un lado, induce a la mejora de la calidad periodística, lo cual suele ser premiado con la preferencia del público. Y por el otro, su función educativa ayuda a formar usuarios más selectivos y exigentes, estimulando las buenas prácticas y fomentando las competencias críticas.
Actualmente, son relativamente pocos los diarios que cuentan con esta figura: “The New York Times”, “Washington Post”, “The Guardian” en Estados Unidos. “El País” en España. En América Latina, el “Folha de Sao Paulo” o “El Tiempo” de Bogotá.
Quienes ejercen esta función, son profesionales que, además de buenas credenciales, han sabido defender su independencia y mantenerse justos e incorruptibles.
Claro, también el medio debe tener la voluntad y madurez suficientes como para aceptar la autocrítica y asumir su responsabilidad en el devenir democrático, algo que va más allá de habilitar la opción de comentarios en las versiones electrónicas o de publicar las cartas de los lectores en las impresas, donde se libran otras batallas.
Ante la falta de espacios para emitir sus críticas, varios lectores lo hacen en lugares poco afortunados. Por ejemplo, bajo el titular: “Diez muertos en jornada de violencia”, un par de correcciones ortográficas y de estilo se colaron entre las decenas de condolencias y frases que condenaban el hecho. Otras, se referían al abordaje de la nota, todo lo cual indica que los lectores tienen cosas que decir, demandan ser escuchados y atendidos con propiedad y por ende necesitan canales adecuados.
La interrogante en todo caso es, ¿Están los oligopolios dispuestos a la autocrítica? Esta es una tarea pendiente de nuestra maltrecha democracia.
Le invito a seguir este link con el propósito de que evalúe por sí mismo la importante labor que la Defensora del Lector del diario El País, realiza en España.
http://elpais.com/tag/defensor_lector/a/
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