Lenin y el cambio

El señor Ulianov buscó reconstruir desde sus bases la sociedad rusa, transformando el modo de producción y las relaciones económicas, los fundamentos del Estado y la ciudadanía, e incluso los valores culturales sobre los que se basa la conducta individual y colectiva.  Su proyecto es el proyecto de transformación social más ambicioso que se haya propuesto a través de la historia humana y representó la culminación del sueño socialista por ver enterrado y superado el capitalismo.

Hace muchos años me encontré en una biblioteca universitaria las decenas de tomos que contenían las obras completas escritas por Lenin.  Con mucha curiosidad me acerqué al volumen que contenía sus últimos escritos, y me dirigí hacia las páginas finales.  Quería saber cuáles habían sido los últimos pensamientos de este hombre que quiso redefinir su país y el mundo.

Para mi sorpresa, el último escrito del gran revolucionario ruso se titulaba de una manera muy poco revolucionaria: “Más vale poco, pero bueno”. Se trata de un artículo en el que Lenin repasa la situación del Estado bolchevique en construcción, y la incapacidad del mismo para generar resultados efectivos. Y cansado del incumplimiento sistemático de las metas trazadas, el gran revolucionario reduce sus expectativas a lo mínimo necesario: más vale poco, pero bueno…

¿Qué hizo que este señor, padre de la revolución más ambiciosa de la historia, terminara limitando sus aspiraciones con la frase casi conservadora de “más vale poco, pero bueno”?  ¿Qué clase de obstáculo monumental se interpuso entre su visión y los resultados que finalmente logró alcanzar?

La respuesta es bastante clara.  Entre la visión de Lenin revolucionario y los resultados magros alcanzados por el Estado soviético se interpuso algo muy conocido por los analistas de la acción gubernamental: el aparato del Estado.  

Quien quiera orientar al Estado en alguna dirección, debe lidiar con su aparato de funcionamiento (recursos humanos, organización, recursos financieros, infraestructura, logística y sistemas de información).  Es una ingenuidad creer que el único obstáculo que existe para cumplir metas de gobierno es la falta de voluntad política.  La consabida frase (“lo que falta es voluntad política”) ha servido de respuesta fácil para explicar los fracasos de muchos gobiernos, incluidos los más revolucionarios o los más entusiastas de la palabra “cambio”.

Una vez en el poder, Lenin (y cualquier persona que se proponga grandes cambios sociales) habría hecho bien en leer más a Confucio y a Weber, que a Marx y Engels.  Porque el arte de alcanzar el poder resulta inútil frente al desafío de mantener dicho poder, conservando el apoyo democrático ciudadano.  Y es el diablo escondido tras la maraña burocrática, el que evita que los grandes sueños se conviertan en resultados concretos.

Más vale poco pero bueno es la frase del revolucionario con experiencia.  Y será importante no olvidarla en la administración del Presidente Pérez Molina (en el cual asumiré responsabilidades públicas) y que se inicia con un gran entusiasmo por lograr cambios estratégicos para el país.  Ojalá esos cambios sean pocos, pero muy buenos.