Ambas visiones ideológicas se encuentra conectadas a través de una raíz común: la extendida perspectiva de que lo público debe siempre subordinarse a lo privado.
La mayor parte de sociedades modernas tienen un permanente debate sobre cuánto de la actividad social debe caer en la esfera pública y cuánto en la esfera privada. Ese es un debate sano, pues excesos en ambos sentidos conducen a sociedades fracasadas, como lo demuestran los hechos del siglo XX (que en mi opinión terminó en el año 2008). Así, el socialismo histórico del siglo pasado fracasó en parte por un excesivo énfasis en lo público, lo cual a su vez condujo a espacios de libertad limitados por el poder de una burocracia política que capturó el Estado “en representación” del interés colectivo. Dada la inexistencia de mecanismos de control cruzado que permitieran a la ciudadanía denunciar y protegerse de los abusos de los gobernantes, lo público se erigió en un espacio de opresión y de negación de derechos humanos. La farsa llegó a su fin con la caída del Muro y el desplome de las sociedades de inspiración soviética.
Actualmente, las sociedades capitalistas modernas están enfrentando signos de crisis políticas, en gran medida debido a los excesos de los poderes privados en relación al espacio público. Bajo el credo de la desregulación para eliminar la “represión financiera”, los sistemas financieros globalizados consiguieron eliminar los mecanismos de control público que protegían a las sociedades frente a los excesos cometidos antes de la crisis de 1930. La eliminación de esos controles en las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado, y el consecuente debilitamiento de la autoridad reguladora pública frente al sistema financiero privado permitieron el surgimiento de productos especulativos financieros cuyo nivel de riesgo era incalculable. En la práctica se trató de hacer dinero a través de esquemas donde el riesgo no calculado se diluyó entre muchísimos operadores ingenuos, los cuales se sintieron respaldados por calificadoras privadas con conflictos de interés a la hora de emitir su valuación del riesgo. El resultado: un poder privado desbocado y liberado de todo control público llevó al mundo a una crisis económica global.
Es justo señalar que los excesos privados aún no han pagado la cuenta por sus abusos. Y que la causa principal de la crisis no será confrontada sino hasta que se restituya el adecuado balance entre poder público y poder privado, buscando que los intereses colectivos de la ciudadanía se encuentren protegidos de los excesos de un sistema financiero que cree que no le debe rendir cuentas a nadie, por nada.
Aquí en Guatemala históricamente lo público ha estado siempre subordinado a lo privado. Una vez liberados del control reguladorejercido por la corona española, los criollos se dieron a la tarea de asegurarse que nunca más un poder público se impondría sobre sus intereses privados. Y los poderes económicos que emergieron a lo largo de la vida republicana fueron absorbidos en este esquema, que favoreció una suerte de feudalismo tardío ya que varios señores con poder territorial y económico le dictaron sus términos al Estado nacional sobre que podía y que no podía hacer. Por ejemplo, cuántos impuestos puede cobrar, dónde debe gastar su dinero, a quién se le debe permitir ejercer plenamente sus derechos y a quién no, y a quiénes se debe reprimir cuando la situación se sale de control.
Pero esas son reglas que solo funcionan plenamente bajo sistemas políticos autoritarios. Y el advenimiento de la democracia representativa en 1985 ha ido erosionando poco a poco este modo de entender la sociedad guatemalteca. Crecientemente lo político exige mayor autonomía de lo económico, y los intereses privados encuentran más dificultad para imponerse siempre y en todas las circunstancias. Así, aún en un clima mundial favorable a los poderes privados, el poder público guatemalteco va poco a poco ganando terreno, destruyendo las bases de nuestro feudalismo tardío. Y más rápido de lo que pensamos estaremos viendo la emergencia de un poder público sólido, en el país de los eternos privilegios privados. Un estado fiscalmente más fuerte será el primer indicador de ese giro histórico.
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