«… y aprovecho a saludar a quienes quieren entrar y no van a poder…».
El presidente sacude su mano derecha como revolviendo algo. Luego congela su cuerpo y asume una postura estática. Su cuello se estira hacia atrás, de tal modo que coloca el mentón de lado y su cuerpo toma una postura de extremada tensión. El presidente se queda en silencio durante siete largos e incómodos segundos. Luego continúa hablando.
«… y, como allá también se ve tele, que miren esta...».
Levanta la mano derecha, la cual extiende con el pulgar hacia arriba, y la baja rápidamente. Unas pocas risas del público. Otros tres segundos de silencio.
«… esta transmisión».
Coloca sus manos en paralelo, a la altura de su cintura, y las regresa. Vuelve a hacer silencio. Entonces el público irrumpe en carcajadas acompañadas de aplausos. El ministro de Medio Ambiente explota en risotadas y agita sus palmas fuertemente. El alto funcionario se encuentra al costado del mandatario, sentado a la mesa principal. Mientras tanto, el presidente permanece inmóvil, rígido, como estatua, recibiendo vítores.
Segunda lectura e interpretación semiótica del discurso
Como es sabido, antes de ser presidente, Morales hacía programas cómicos. Así se entiende su postura física en este discurso al colocar su cuerpo en tensión extrema durante siete largos segundos. ¿Buscaba transmitir una señal de firmeza para reiterar su empecinada decisión de no dejar entrar al país a Iván Velásquez? Su intervención pública fue apenas unas horas después de que la Corte de Constitucionalidad declarara sin lugar las solicitudes de revocatoria del amparo provisional para dejar ingresar al comisionado de la Cicig presentadas por la PGN, Sandra Jovel y el mismo mandatario.
Desde la semiótica, el discurso corporal del presidente representa todo un texto en el cual se pueden leer signos e intenciones. Pero, debajo de ese primer texto, hay otro significativamente más relevante, por el cual se evidencia hostilidad encubierta hacia Iván Velásquez. Y como recurso retórico usa medias palabras y varios silencios de pocos segundos, los cuales le permiten deslizar un sentimiento de animadversión sin decirlo.
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Hay mensajes escondidos en un segundo plano, pues Morales usa un lenguaje cantinflesco: dice una cosa queriendo señalar otra, como lo hizo al enfundarse en el disfraz de general del Ejército. Y este pequeñito discurso es una pieza de antología, pues en apenas un párrafo de dos líneas, con escasas 25 palabras, se retrata de cuerpo entero. Lo vamos a desnudar semióticamente para saber qué transmite aviesamente.
Señalan los expertos que para decir cosas no es necesario nombrarlas. Es suficiente sugerirlas, subrayarlas de manera indirecta, sin mencionarlas. Eso se llama subtexto: una dimensión del lenguaje que permite cargar de intenciones el discurso desarrollándolo a través de verbalizaciones implícitas. Y se utiliza en discursos políticos. El subtexto se define como un texto secundario, por debajo del texto primario. Y si se usa acompañado de cortos silencios, palabras entrecortadas o alusiones indirectas, terminan redondeando la idea (sobre un tema, cosa o persona). Pero el subtexto puede ser una hábil manipulación o una tonta insinuación.
En este caso, Morales se cuidó de no mencionar a Iván Velásquez y con tono sarcástico dijo: «… y aprovecho a saludar a quienes quieren entrar y no van a poder…». De inmediato el presidente usó un subtexto vulgar, ampliamente conocido en Guatemala, al decir: «… que miren esta...». Y para intentar salvar la chabacanada agregó: «… esta transmisión». Pero entre una y otra frase dejó tres segundos de silencio, los cuales dispararon la escabrosa idea que deseaba sembrar en la mente de los receptores. Los guatemaltecos entendemos lo que le dijo (al comisionado) sin decírselo. Pero sabemos que fue una vulgaridad. Ese recurso de decir algo, pero como que no se dice nada porque lo dice a medias, abre la imaginación. ¿Estará obsesionado con Velásquez o estará temeroso? En ese texto hay un subtexto que esconde algo anormal. ¿Puede ser un problema mental? Sus discursos son verdaderos icebergs. ¿Qué esconderán?
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