La petición del grupo estadounidense llamado Millonarios Patriotas por el Fortalecimiento Fiscal, fue imitada por las 16 mayores fortunas de Francia que ahora también solicitan al gobierno un impuesto especial para contribuir a superar la crisis económica.
Escasas veces se tiene la oportunidad de presenciar el alumbramiento de un “deber ser”. Escuchar a un rico decir: “Quiero pagar lo que en justicia me corresponde”, es casi tan probable como experimentar una tormenta de peces o levantarse todas las mañanas con los destellos de una aurora boreal.
Los recortes a los impuestos sobre ingresos personales –implementados por la administración Bush en 2001 y 2003–, beneficiaron al 5% de las familias más ricas de Estados Unidos y costaron a este país más de US$ 2,5 trillones (el doble del costo de las guerras de Irak y Afganistán juntas). Hoy el déficit fiscal es de 1,2 billones, por lo que no es para nada desestimable que una iniciativa de esta naturaleza sea discutida por el super comité responsable de tratar de reducir la deuda.
Como era de esperarse, los republicanos están asustando con el argumento de siempre: un aumento de impuestos significará una reducción de fuentes de empleo, algo que Eric Schoenberg, presidente de CampusWorks –compañía de tecnología para la educación– ha desmentido diciendo que el fin de los beneficios impositivos le afectaría a él y a los millonarios del grupo “tanto como una mosca muerta interrumpe un pic nic”. Vaya, vaya…
La actitud de los Millonarios Patriotas tiene un gran significado para la sociedad estadounidense, especialmente para las clases medias y pobres que, como siempre, han acarreado con la peor parte en esta sobresaltada historia del capitalismo occidental. Mientras sus salarios se estancaban o los perdían, los ingresos de los ricos crecían ostensiblemente registrándose actualmente los mayores índices de desigualdad en la distribución de la riqueza desde la Gran Depresión.
Uno podría imaginar que la muestra de solidaridad y responsabilidad social debería ser capaz de mover -aunque sea por obligación– a otros, especialmente a los millonarios republicanos pero al parecer, ellos preferirán seguir siendo miembros del club de los endriagos.
Definitivamente, nunca es demasiado tarde para reivindicarse y si bien, este grupo de empresarios tomó ventaja por años de los privilegios fiscales otorgados por el gobierno, finalmente llegan a la conclusión de que es momento de devolver algo al sistema y ese algo debe ir más allá de la caridad que publicitan a través de sus organizaciones de beneficencia, figuras jurídicas que también les han bendecido con jugosas exoneraciones de impuestos.
¿Cómo hacer para que algún día el virus del patriotismo contagie a nuestros ricos? Y se den cuenta de que las escuelas, las carreteras, los tribunales, el agua y los recursos naturales tienen un rol fundamental para su prosperidad y que por ende deben cuidarlos e invertir para mejorarlos.
¿Cómo hacer para que entiendan que la solución a las crisis no pasa por pagar menos impuestos sino por aumentar el gasto público y crear más fuentes de empleo? El mayor incentivo para la economía debería ser contar con recurso humano calificado, educado, sano, satisfecho con sus condiciones laborales, a manera de motivar un mayor compromiso y rendimiento laboral. Los grandes empresarios se quejan frecuentemente de la precariedad de la oferta laboral, pero no están dispuestos a invertir en ella. Se quejan de la corrupción en las aduanas y la inseguridad pero no quieren pagar más para mejorar el sistema de justicia. Siempre habrá buenas razones para no hacerlo.
Aquí ya ni siquiera se trata de que los ricos pidan un aumento de impuestos, basta con que dejen de regatear, de evadir y eludir. Tampoco se trata de que soliciten una reducción de sus beneficios sociopolíticos, es suficiente con que dejen de apropiarse de gobiernos y políticas, de asustar con el fantasma del desempleo cada vez que se habla de aumentar la carga fiscal. El asunto no es que demanden la instauración de una contribución excepcional, bastante ayudarían con no zafar el hombro y dejaran de echar la carga sobre la clase media, la cual, independientemente de lo que diga el Banco Mundial parece estar en peligro de extinción y con ella, la democracia.
Bastaría con que entiendan que en la medida en que hagan “lo que en justicia les corresponde”, todo aquello que tanto reclaman podría finalmente hacerse realidad.
Más de este autor