Los moderados bajo la lluvia

Entre las calles del Parlamento y del tribunal, dos viejos amigos buscan refugio en una venta de libros antiguos, uno de esos locales en los que se busca una de las primeras publicaciones de García Laguardia, que tienen apilados libros de texto de la editorial Óscar de León Palacios entre folletos con sellos de la USAC.

Los moderados, les dicen en tono peyorativo. Tibios, de manera particular. Se trata de personajes que en nuestros días no vociferan ni difaman, de dos patojos que repelen el extremismo y la falsedad, que añoran los debates entre Colom y Maldonado, que llevan el recuento de las muestras de civilidad nacional.

Ojalá pudieran encontrar la solución al malestar social entre las páginas de algún recetario subvaluado de los que se ofertan en aquel local. Difícil la vida de los moderados en la Guatemala de no más derechos humanos para los delincuentes y del grupo de vándalos que promueve la asamblea constituyente plurinacional.

—Es tiempo de los moderados, ¿verdad, Josué? —pregunta uno mientras comienza a sacudir su cabello mojado.

—Hombre, ¡como siempre en la historia nacional! —responde Juan con una sonrisa breve.

Josué es un tipo centrado. No se pierde la misa dominical. Era de izquierda a sus 17, libertario a sus 20 y ordoliberal a sus 26. A Juan lo educaron salesianos hasta que ingresó a la USAC. En algún momento admiró a Fidel Castro. Hoy es medio feminista, medio ambientalista, y se dice progre con identidad nacional. Uno creció en la periferia de la ciudad y el otro en una aldea de San Martín Zapotitlán.

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Desayunan filosofía política. A veces se juntan a cenar. Uno toma té con leche y el otro cerveza con limón. Sus inquietudes intelectuales consumen su tiempo. A su manera, los dos sufren con indignación e impotencia al ver a la mafia apropiándose del erario nacional.

Y a veces se alegran juntos por alguna victoria efímera de la selección nacional.

—Hey, Josué. Siempre me achacan que me junte con vos. Dicen que me vas a convencer de la buena noticia del laissez-faire.

—¡Qué va! si supieran que, mientras más nos juntamos, vos más girás a la izquierda y yo más a lo liberal.

—Mirá, vos, Juan. Cada día me deprime más este país de la eterna coyuntura, en el que las ideas quedan aparte, en el que cada día se discuten ocurrencias nuevas y no se piensa en el bienestar nacional.

—Complicado, mano, poner de acuerdo a los admiradores de Ubico y al grupo medio sandinista que añora la revolución popular, sacarlos del juego de la indignación breve y meterlos al de la reforma estructural.

Josué y Juan tienen claro quiénes ganan hoy: esos mismos que destruyen en su afán de polarizar. Saben que, mientras los moderados no dialoguen al estilo de Patricio Aylwin o de Adolfo Suárez, va a ser difícil recuperar la patria que tanto quieren, que se ahoga en la anarquía. Saben que la tolerancia mutua es el agua en el vaso que se debe rebalsar.

Comparten paraguas los moderados al salir de aquel sitio genial. Caminan juntos, pero no pegados. Quizá se toleren dos cuadras o quizá aguanten diez pasos más.

Ojalá aguanten lo suficiente. Hasta que salga el sol en tierra primaveral.