Para principios de la década de 1960, cuando gana el Premio Hispanoamericano de Teatro en Guatemala, la situación política era tensa. La polarización de la guerra fría estaba cobrando vida en varios contextos regionales y estábamos a las puertas de las guerras internas guatemalteca, salvadoreña y nicaragüense.
Luz negra es la historia de dos hombres que son decapitados en una plaza y cuyas cabezas, al pasar las horas, comienzan a hablar. Se presentan como Gother (un militante ...
Para principios de la década de 1960, cuando gana el Premio Hispanoamericano de Teatro en Guatemala, la situación política era tensa. La polarización de la guerra fría estaba cobrando vida en varios contextos regionales y estábamos a las puertas de las guerras internas guatemalteca, salvadoreña y nicaragüense.
Luz negra es la historia de dos hombres que son decapitados en una plaza y cuyas cabezas, al pasar las horas, comienzan a hablar. Se presentan como Gother (un militante de un partido sin nombre) y Mother (un vándalo cínico). Entablan un diálogo y comienzan a describir lo que sucede en la región. El partido se convierte «en una especie de dios, [pues] todo es promesa para después», y las luchas «no han mejorado las cosas». El poder es «otra forma de peligro», aunque sea «para el pueblo». La conciencia, o «es un problema de salud» y hay que cuidarse de estar enfermo, o «depende del estómago» y del hambre que lo acecha. Los idealistas son comparados con los ladrones, pues se roban los sueños para dárselos a otros, y «pensar se castiga», siempre se castiga.
En un momento ambos deciden gritar para saber si están vivos. La idea es ser escuchados por otros. Así, buscan una palabra. No se deciden. ¿Agua? ¿Pan? ¿Mierda? Se deciden por gritar «amor». Intentan ser oídos cuando aparece una pareja y no lo logran. Solo un ciego (que se sabe de sobra que escucha a los muertos) les habla. Los dos terminarán gritando, uno más que el otro, sin ser escuchados. No hay quien escuche la palabra amor y, sin embargo, no dejan de gritar. Están muertos y no dejan de gritar, no solo para mostrar que están vivos (a la luz de las velitas que una niña puso a su alrededor para no dejar de hacer memoria), sino como mero acto de rebeldía contra el verdugo y la injusticia de su muerte. Es ese grito el que les permite reconocerse vivos.
Pienso en Guatemala. No rebobino el tiempo ni la historia: pienso en el hoy cuando escucho a esos decapitados. Cierro los ojos. Silencio. Sigue siendo una realidad la voluntad de hacer callar a quienes piensan diferente, a quienes buscan realidades más justas y dignas. Pero también hoy hay quien grita amor y rompe los mutismos. Día a día se grita amor en este país. Aunque a veces no lo escuchemos. Aunque a veces pasemos de largo.
Mother
Ya lo oirás. Escuchen (lee la hoja; durante la lectura, el Ciego se agita angustiado):
aquí, en cualquier parte, dondequiera,
ni importa el tiempo, si hoy es o si fue ayer,
ni el medio ni los modos
ni si la raza es blanca o negra,
si son bantúes o britanos los hombres,
porque ellos tampoco importan.
Yo solo digo que importa que los pájaros vuelen.
Digo que importa que los niños mantengan su alegría abierta.
Digo que importa que las niñas jueguen rondas.
Digo que importa que abunden las muñecas
y que son más importantes los soldaditos de plomo que los soldados de verdad.
Y, más que las campanas en las iglesias y en las escuelas,
digo que la hoja de papel barato en que el novio
escribe sus simples frases de amor
a la muchacha provinciana
es más importante que los manifiestos y las declaraciones políticas,
que la foto amarillenta en que la madre guarda la imagen
del hijo que no volvió de la guerra
es más importante que la foto del funcionario,
que la foto del perro y la casa con criados del funcionario…
Que el amor no nos deje olvidar lo importante de soñar con un país mejor.
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