Estaba muy fresco el martirio de Rutilio Grande, con quien compartimos risas y miedos, dolores y esperanzas. En ese ambiente, cuatro jesuitas nos lanzamos —apoyados por el provincial— a una aventura en una zona indígena de Panamá que había sido visitada por los jesuitas en 1600 y luego trabajada por ellos en los años 1730-45. Desde entonces nos habíamos prácticamente olvidado de los ngäbe.
Comarca Ngäbe: luchar contra el monstruo (1977-1980/1982-1995)
Llegamos a una parroquia de gran extensión. Al principio, con el ímpetu de los 30 años, nos dispusimos a recorrer todos los caminos de la montaña, a aprender el idioma indígena (según las normas antiguas de la primera Compañía), a trabajar en lo que apenas se vislumbraba como inculturación. Para nosotros era claro que «el servicio de la fe y la promoción de la justicia» se traducían así.
El principal trabajo fue luchar por impedir que una empresa canadiense desarrollara una mina de oro y cobre que iba a devastar el territorio indígena, tal como lo están haciendo hoy en muchos lugares. En ese tiempo, los jesuitas del Canadá y la Iglesia canadiense apoyaron nuestra lucha. Trabajamos también en pastoral de conjunto, tratando de caminar unidos, los que servíamos a los pueblos originarios de Panamá. Igualmente tratamos de aprender el idioma ngäbere y logramos bastante. Se hizo un esfuerzo grande por apoyar la escolarización de muchos jóvenes indígenas.
El encuentro con otra cultura, otra religiosidad, otra manera de vivir nos llevó a privilegiar la presencia entre ellos y el ser, ante todo, oyentes. El servicio de la fe lo entendimos como habitar entre ellos («puso su tienda entre nosotros»), servirles en todo lo posible («he venido a servir»), acompañarlos en sus luchas («así debe ser entre ustedes»).
Alguien ha dicho que nuestro trabajo fue más promoción de la justicia que servicio de la fe. Quizá no se ha entendido suficientemente que ambos aspectos de nuestra misión son inseparables y se implican uno al otro.
Pueblo maya-k’iche’: Jesús en las culturas (1995-2002/2005-2009)
Por una absurda decisión de un provincial fui sacado del trabajo con los ngäbe, pero un compañero me invitó a servir en otra realidad indígena: una rica cultura, milenaria, fortalecida en la resistencia, en el sufrimiento, en la guerra, en la discriminación centenaria: en medio del pueblo k’iche’ de Guatemala.
Con ellos aprendí lo que es la resistencia sin sumisión, con inteligencia, a encontrar la presencia de Dios en todo, a ver el evangelio de Jesucristo con otra cara: con la cara propia de su pueblo. Se hicieron esfuerzos por aprender el idioma, por traducir las ceremonias en su propia lengua, por enseñar a leer y escribir en ella. Nuevamente, una forma de expresar esa unión indivisible del servicio de la fe y la promoción de la justicia.
En Panamá: recogiendo frutos (2010-2015)
Una tercera etapa de mi vida, que yo creía definitiva, se desarrolló en Panamá sirviendo a los pueblos indígenas con escritos, investigaciones, publicación de libros, traducciones, asesoría de tesis, reuniones de coordinación en pastoral indígena, entrevistas y un trabajo con el que estaba en deuda: un diccionario de la cultura ngäbe. Fue un trabajo de hormiga: lento, minucioso, con satisfacciones, con descubrimientos. Se adelantó bastante y fui animado por muchos a seguirlo. Lo realicé en varias partes del país, incluyendo la diócesis cenicienta del país. Pero surgió una necesidad.
Ixcán-Quiché-Guatemala: en tierra sagrada (2015…)
He llegado acá con mucha humildad, como quien viene a aprender, como quien entra en suelo sagrado, regado con sangre, a acompañar a heridos esperanzados que ¡todavía! creen en la Iglesia. Me han encargado pastorear (cuidar, orientar, defender) una parroquia de gente muy valiosa que ha sufrido situaciones increíbles.
Indígenas de nueve diferentes etnias con una experiencia fundamental de muerte-resurrección (guerra-exilio-retorno-reconstrucción) transmiten gran fuerza, gran esperanza, fe en que Dios jamás nos abandona, fe en su capacidad de levantarse. No sé si podré responder a sus expectativas. Los acompañaré hasta donde pueda.
¿Epílogo?
Llegando a los 40 años de sacerdote, 50 de Compañía y 70 de edad, pregunto: ¿valió la pena meterme por este camino de aventura? Aquellos visionarios de la CG32 tenían razón. ¡Valió la pena! No ha sido un camino fácil, pero me he encontrado con Jesús que sufre y con Jesús resucitado. Se me ha dado la gracia de reconocer la huella de la sangre derramada, la presencia del corazón del cielo-corazón de la tierra, y he sido recibido, aceptado y querido como hermano entre los más pobres, los pueblos indígenas de Centroamérica. ¿Qué más puedo pedir?
* ‘Eres mi hermano’, en idioma ngäbere, Panamá.
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