La falta de oportunidades de acceso a educación y empleo estimula la dependencia de la agricultura como única fuente de alimento e ingresos, y así, a pesar de que los agricultores ya hicieron sus cuentas y saben que comprar maíz es más barato que cultivarlo, hacen sacrificios por encontrar una parcela para cosechar su maíz y con ello adelantar tratando de asegurar el alimento familiar. Estos sacrificios involucran movilizaciones, por ejemplo de un municipio a otro, de un departamento a otro e incluso en áreas fronterizas, en un constante ir y venir de un país a otro.
En San Luis Jilotepeque, los campesinos tienen una estrategia para asegurar su sobrevivencia. Cultivan tierras cercanas a la comunidad que habitan, pero también viajan a Petén para trabajar a medias con un terrateniente que les permite cultivar sus tierras a cambio de la mitad de la cosecha. Esta estrategia, que estaba en declive, ha vuelto a posicionarse tras la sequía del año pasado, que dejó sin maíz a muchas familias del oriente del país. El éxodo ha comenzado y familias enteras comenzaron a viajar, cada una por su cuenta, para preparar la tierra donde pronto sembrarán. Los niños interrumpen sus clases en la escuela. Y si se tienen animales domésticos, hay que deshacerse de ellos para cerrar la casa y rogar por que nadie entre al hogar a robarse las pocas pertenencias.
El café, producto base en el occidente del país, ha sido atacado por la roya, con lo cual han disminuido los ingresos de los pequeños productores. Ante estas circunstancias, los pequeños productores del municipio de Jacaltenango se ven obligados a retomar una actividad que gracias al café habían dejado de hacer: pasar la frontera para emplearse como trabajadores temporales en una finca del lado mexicano.
Los nombres cambian, pero las circunstancias persisten. Así, en la frontera entre El Salvador y Honduras, una enorme franja de tierra fértil de montaña quedó en litigio entre ambos países luego de la Guerra del Futbol en 1969, conflicto que fue solucionado tras los acuerdos de paz salvadoreños, en 1992, por la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Este tribunal declaró que el 62% del territorio, conocido como Los Bolsones, pasase a dominio hondureño. Sin embargo, parte de la población asentada en estas tierras decide quedarse con lo mejor de dos mundos: conservar las tierras del área en litigio y mudar su lugar de residencia a algún pueblo limítrofe del lado de El Salvador. De esta manera, la población salvadoreña asegura su alimento en Honduras mientras ofrece a sus hijos servicios de educación y salud salvadoreños, de muy buena calidad. A los propietarios de las tierras no les importa viajar, aproximadamente cuatro horas, para que sus hijos tengan alimento en su plato y asistan a la escuela.
Los cambios en el clima están volviendo a afectar a las familias campesinas más vulnerables, pero la falta de políticas de desarrollo rural está condenándolas a una vida de privaciones en la que cada vez hay que recorrer caminos más largos para lograr tener un plato de comida en casa.
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