En ocasiones perdemos de vista que la coyuntura actual es un despertar del sueño placero del 2015. Nunca hubo un horizonte político más allá del enjuiciamiento de Otto Pérez y de su banda. La elección de Jimmy Morales es una prueba de que el circo iba a terminar. Y cuando aparecieron los procesos judiciales contra peces grandes con pedigrí, se intensificó la ofensiva contra la Cicig y el MP con el apoyo de empresarios y de la fauna que estos han patrocinado desde siempre.
Ellos, los que quieren afuera a la Cicig, tienen una estrategia que ocasionalmente luce incoherente y torpe. Sin embargo, desde mi lectura y salvando distancias, solo están adaptando el guion hondureño y nicaragüense, apostando a que el tiempo y las siguientes elecciones legitimen la ruptura institucional. En otras palabras, pueden recuperar espacios de poder, expulsar a la Cicig, reprimir la protesta social, llevar a cabo operaciones de limpieza social y aprovechar el aparato de propaganda que les proporcionan Ángel González y otros empresarios que controlan medios.
Por supuesto, me atrevo a pensar que una gran mayoría que apoya el trabajo de la Cicig espera que tengamos un país menos injusto y que algo cambie para bien. Incluso, me atrevo a pensar que, para sectores que impulsan una lucha radical como el Codeca, es mejor lidiar con un sistema menos fascista y menos proclive a la violencia, aunque se trate de la restauración oligárquica que advierte con frecuencia Mario Roberto Morales.
Mi temor principal en este caso es que el nivel de represión se intensifique y se ensañe con los más vulnerables, con la gente que defiende el territorio, con los estudiantes o con sectores que puedan representar una amenaza en un ejercicio electoral. La experiencia demuestra que las derechas son tolerantes con la democracia solo cuando les conviene. Si eso llegara a ocurrir, nos queda resistir, seguir construyendo tejido social, ese que fue mutilado durante la guerra.
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Otros temores que cruzan por mi cabeza tienen que ver con la victoria que día a día celebran esos sectores lavando el cerebro de las personas más jóvenes, alternando dosis de propaganda religiosa con entretenimiento barato, sometiendo a niñas y niños a una manipulación individualizante y castrante. Esa negación de derechos es clave para que el proyecto neofascista prospere. Cada niña violada y embarazada en nombre de la familia, cada crimen de odio, cada persona que se ve forzada a emigrar es una batalla individual perdida.
Sin importar lo que ocurra este año y el siguiente, quienes gozamos de privilegios tenemos la responsabilidad de ser coherentes. No debemos desfallecer, pues nos toca proteger y cultivar proyectos democráticos, en plural. Y también tenemos la harta obligación de ser coherentes porque hay personas que se acuestan sin cenar, que trabajan jornadas extenuantes y que aun así luchan y se organizan políticamente.
Finalmente, no perdamos de vista que los fenómenos sociales son impredecibles y que este país lleva mucho tiempo en los límites de la tolerancia. Esperemos cosas buenas, pero no quitemos la vista de escenarios que, aunque difíciles, no deben doblegarnos.
Se me olvidaba el último temor. Personal y de menor importancia, pero temor al fin. En ocasiones pienso que me voy a morir sin ver un país más democrático, incluyente, menos desigual. Y creo que debemos prepararnos para eso también. La historia siempre nos va a trascender. Y si contemplamos el futuro más allá de nuestro ombligo, veremos que hubo esperas más largas y también cambios más profundos que nadie se esperaba. Espero que este último temor no se concrete, pero, si ocurre, confío en que haya gente joven que haga las cosas mejor que nosotros.
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