Mientras me arreglo, me convierto en un enjambre de miedos. Me veo detenidamente al espejo y me percato de que finalmente tengo el cabello tan largo como quería. Hago un repaso por las pestañas y las cejas pobladas. No puedo imaginarme sin aquello que me identifica.
Me asusta la idea de la mutilación y la sensación que ello provoca en quienes han tenido que pasar por la experiencia. Despertarse de la anestesia y percatarse de que algo hace falta, observar y palpar la alteración, sentir el vacío. Pensar en el posible rechazo de la pareja, preguntarme si dejé de ser atractiva, si me querrá igual. Cuestionar mi sentido de la estética. Rescatar y acentuar mi valor como ser humano, como mujer.
Recuerdo de pronto que mi nuevo seguro de salud tampoco cubre el tratamiento contra el cáncer. Creo que lo conservo solamente por aquello de: “Mal con él, peor sin él”. Las exclusiones son infinitas y generalmente superan el listado de beneficios. Tampoco tengo derecho a seguro social. Soy una profesional ubicada en el sector informal de la economía, desde hace ya algún tiempo. Eso de tener derecho a prestaciones y pasivo laboral es privilegio de unos pocos, un asunto del pasado. Así que al embate físico y psicológico, tendría que sumar el económico.
Me doy cuenta de que mis hijos no están tan grandes como suelo recordárselos para que asuman el control de sus vidas. Hoy no veo para atrás sino para adelante y hago un inventario de aquellos planes, compromisos y deseos a los cuáles siento que no podría renunciar. Me confronta la finitud y el tiempo. Me pregunto ¿qué pasaría si el resultado fuera positivo? ¿Podría hoy confesar y sentir que he vivido?
Noto que mi lista de asuntos y personas importantes es sumamente reducida; que pocas cosas cambiarían si muriera mañana y que esas cosas están irremediablemente ligadas al amor de los míos. Siento el soponcio que causa la pérdida. El tiempo se escurre entre mis manos. Advierto que mi sentido de control no es más que una ilusión.
Me pregunto ¿Por qué siempre rehúso atender los exámenes de rutina? Algunas veces es por miedo. Quisiera no saber, no enterarme, no alterarme la vida. Otras, prefiero pagar la tarjeta de crédito y pospongo la visita al médico para el próximo mes. Al mes siguiente tendré que pagar matriculaciones universitarias; el que sigue, será el pospuesto trabajo de plomería, la impermeabilización o la refrigeradora. ¡Quién sabe! Siempre hay algo. Los problemas y las necesidades no dan tregua.
El tema es que estoy aquí, tratando de animarme, de asumir mi responsabilidad, dándome cuenta de que nadie está preparado para enfermarse ni mucho menos para morir. Estoy recordando a familiares y amigas cuyos exámenes han sido positivos y que han encontrado en la enfermedad una oportunidad para recobrar o intensificar su brío. Creo que es una mezcla de resiliencia personal, fe y grandes dosis de amor por parte de los suyos. Como dijo F. Nietzsche “Cómo podrías renacer sin antes haber quedado reducido a ceniza”.
Recuerdo con profundo respeto y admiración, las incansables luchas de quienes, aunque no sobrevivieron, jamás se rindieron en la batalla.
Ya en la antesala del médico me reprendo por los descuidos, por postergarme siempre y prometo no volverlo a hacer.
Esta vez, para mi fortuna, los resultados fueron negativos. Siento gratitud y paz. Tengo una nueva oportunidad, nada puedo dar por sentado, nada es normal. Cada día es un regalo.
Así que si usted aun no ha ido a hacerse el chequeo, no lo deje al tiempo. El primer compromiso es consigo misma. Su familia se lo agradecerá.
Mi reconocimiento sincero a todas las personas y organizaciones que se suman a la lucha contra el cáncer. Especialmente a las sobrevivientes y sus familias por los múltiples testimonios de amor. No hay determinación más grande que la que brota de la fe y la esperanza.
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