El viernes 29 de julio de 2022 fue capturada Samari Carolina Gómez, fiscal auxiliar de la FECI, y también uno de los periodistas más reconocidos en el país, José Rubén Zamora. La fiscalía que lidera estos casos es la misma que ha promovido la criminalización de más de doce fiscales que estaban investigando delitos por corrupción del actual gobierno. Aquí nada es casualidad. Hasta la mañana del lunes 1 de agosto, sus abogados informaron que no habían tenido acceso a los expedientes de sus defendidos. Esas irregularidades, antes que ellos, las han sufrido muchas otras personas por atreverse a investigar la corrupción y la impunidad en sus comunidades. Hacer periodismo de investigación en Guatemala es estar consciente de los peligros que significa enfrentarse a un tirano y a un sistema de justicia completamente roto. Son las y los periodistas quienes, con su arduo trabajo, permiten que muchas personas tengamos acceso a la información basada en evidencia y a lo que sucede día a día en nuestro país. Es un trabajo de constante fiscalización y verificación.
Son estos profesionales quienes nos han mantenido alerta sobre servidores públicos y empresarios que han construido sus fortunas enriqueciéndose ilícitamente del Estado y han cimentado su poder a través de moldear leyes y políticas a su favor. Son estos delincuentes quienes celebran que, por fin, uno de sus títeres ha optado por usar también el encarcelamiento para amedrentar a las voces que hablan fuerte y hacen ruido. Recordemos que a otros periodistas los han mandado a callar asesinándolos. Por cuestiones como estas, no dejo de considerar un tanto irónico que parte del discurso por la defensa de la libertad de expresión y la democracia busque comparar a Giammattei y Castillo con el régimen Ortega-Murillo, no porque no se parezcan, (las mañas son tan burdas que no tienen imaginación para operar de otra manera), sino porque esa comparación suele hacerse desde cierta distancia como que en Guatemala todo lo que hoy sucede fuera lejano a nuestra historia, sin embargo, es nuestra historia.
Hay sucesos similares, escritos de maneras diferentes, y por eso debo enfatizar que, así como las políticas contrainsurgentes materializadas en la guerra fueron períodos oscuros y sangrientos en Centroamérica, así es como actualmente operan las persecuciones políticas a quienes se oponen a las nuevas dictaduras y al despojo sistemático de la vida. El sistema de justicia y su aparato carcelario son algunas instituciones que a fuerza de coimas, decretos y leyes han sido transformadas para convertirse en el epicentro de una nueva cultura de miedo y silencio. Pasa en Nicaragua, en El Salvador y se ha recrudecido en Guatemala.
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Esa cultura de miedo a lo largo de los años ha anulado la agencia democrática de las y los ciudadanos de Guatemala. Tenemos miedo de que nos maten. Tenemos miedo de que nos lleven a la cárcel. Tenemos miedo de quedar mal con otras personas que no piensen igual. Tenemos miedo de meternos con «la gente equivocada». Tenemos miedo de poner en riesgo a nuestra familia. Tenemos miedo de tener que huir y entonces, es mejor el silencio. Además, no solo es la cultura del miedo, sino el sistema neoliberal en donde opera, pues quienes se organizan, protestan y demandan pasan de ser ciudadanía comprometida a individuos improductivos, algo que está mal visto. Tampoco queremos ser a quienes les tachan de haraganes. Este discurso es quizá una roca muy dura para romper en cuanto organización social. Algo muy parecido sucede con esta narrativa de convertirnos en Nicaragua o en Venezuela, que no deja de parecerme otra forma tosca de no querer reconocer nuestros fracasos y, por tanto, no intervenir para subsanarlos.
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Es irónico que el discurso incluya a Venezuela porque la clase media, a quienes no les ha ido tan mal en estos tiempos (pero quienes empezarán a recibir los golpes de la inflación) piensa que Guatemala, al tener elecciones, supermercados llenos de productos importados y cines con películas gringas, no puede parecerse a un país «como esos», sin embargo, deja de ver, por ejemplo, que en el 2019 el índice de desarrollo humano para Guatemala (0,663), cercano al de Nicaragua (0,660) era menor que el de Venezuela (0,710)[1], además Guatemala tiene una taza más alta de desnutrición crónica en niñez comparado con ese país (49.8% y 30% respectivamente[2]). Estoy de acuerdo que en estos países la desigualdad, la pobreza y la insensatez de los gobernantes prevalecen, pero nuevamente me parece que pensar que estamos «llegando a ser Venezuela» no permite ver que lo más peligroso es continuar siendo este tipo de Guatemala.
No se es Nicaragua ni Venezuela, esto es Guatemala y debemos reconocer que todo esto que pasa es nuestro problema. Asumir las responsabilidades como país es una obligación ciudadana. Esto no solo se trata de un copy-paste de cualquier otro dictador o sistema desfalcado, esto ha pasado porque hay personas que, ocupando puestos de poder político y económico, toman a diario la decisión de destruir la vida democrática. Esta nación se ha construido así, para pocos, y esos pocos se han encargado de que ninguno de sus privilegios acabe. Esto es Guatemala y cada día continuamos trazando su historia.
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