El 4 de septiembre, decenas de miles de personas tomaron la plaza central. La ruta, la concentración, el discurso movilizador y hasta el perfil de la gente pueden interpretarse desde posiciones antagónicas.
«Ustedes tienen envidia porque asistió muchísima gente», me dijo una persona. «Tus palabras incitan al odio», me escribió alguien más. Yo lo interpreto como reacciones legítimas de personas que quiero, que se percibieron atacadas y que, en mi opinión, fueron manipuladas aunque actuaran de buena fe. A esas personas les ofrezco los siguientes argumentos.
Es evidente la polarización entre sectores anti-Cicig y sectores que apoyamos ese proceso imperfecto pero necesario de depuración del Estado de los ciacs. Sin embargo, amplios segmentos de la población, aunque eventualmente expresen opinión, se mantienen al margen del debate. En ese contexto, el sector anti-Cicig ha expresado en repetidas ocasiones su afinidad con grupos religiosos que se articulan muy bien cuando se trata de restringir derechos civiles como el matrimonio entre personas del mismo sexo y la despenalización del aborto, incluso cuando este se plantea como medida opcional para niñas violadas.
Del punto anterior debo retomar que no podemos analizar la marcha del 4 de septiembre en el vacío. Existe una contienda política y jurídica entre sectores poderosos, y uno de esos sectores está reclamando la lealtad de sus votantes, que en buena medida se identifican como cristianos. De esa cuenta, la marcha, que era una respuesta a dos iniciativas de ley, brindaba una oportunidad inigualable para articular dos discursos: el discurso religioso antiaborto y antiderechos LGBTIQ+ y un discurso que apela a esencialismos nacionalistas, pero que en el fondo no es otra cosa que el afán de Jimmy Morales de debilitar la persecución judicial contra él, su familia y sus amigos.
[frasepzp1]
El afán de manipulación se infiere, en principio, a través de las personas que apoyaron la marcha y su rechazo público contra la Cicig. Me refiero a personajes como Ángel González, quien controla medios que patrocinaron el evento con pautas regulares, y a la activa participación de figuras de extrema derecha que exhiben su filiación religiosa y que durante un corto período de tiempo silenciaron su discurso a favor de la pena de muerte y se concentraron en las consignas de la marcha.
Respecto a los organizadores de la marcha, hay varios factores que considerar, aunque enfatizo dos. El primero es el uso engañoso del discurso, que cuestionaba una despenalización del aborto que nadie estaba proponiendo para ese momento, y una terrible falta de empatía por las niñas violadas y forzadas a parir. El segundo factor, que se ha evidenciado en los días posteriores a la marcha, es el silencio cómplice de importantes líderes religiosos que han escuchado al presidente Morales repetir las mismas consignas de la marcha del 4 de septiembre como parte de su discurso para justificar la expulsión de la Cicig. En ese discurso maniqueo y absurdo hay solo dos bandos para elegir: 1) el nacionalista, derechista, religioso, antiaborto, anti-LGBTIQ+, y 2) el bando de la Cicig, que sería intervencionista, izquierdista, proaborto y prohomosexualidad.
En otras palabras, en la marcha del 4 de septiembre se sintetizaba un mensaje para sus participantes, que tenían todo el derecho a expresarse. Sin embargo, el mensaje se basaba en generar miedo ante un enemigo externo abortista y homosexualizante. Y es allí donde Jimmy Morales le pone a ese enemigo externo la cara de Iván Velásquez y construye su justificación de expulsarlo sin enunciar sus verdaderas razones. De ahí que yo lea el silencio del aparato organizador como un respaldo tácito, similar al que le dan a Jimmy Morales las cámaras empresariales.
Reitero entonces que no me interesa expresar odio. Lo que quiero provocar (y espero lograrlo con algunas personas) se llama disonancia cognitiva, es decir, una contradicción que demanda ser resuelta para cuestionar eso que tenemos por delante, que parece acorde con nuestras creencias, pero que puede ayudar a invisibilizar un aparato de propaganda que ha sido utilizado muchas veces para movilizar masas y justificar la violencia.
Más de este autor