En días recientes decidí abandonar la aplicación WhatsApp para utilizar otras opciones que había habilitado hacía años, pero que usaba solo ocasionalmente. Pese a las burlas de quienes aceptan acrítica y alegremente lo inevitable, y a pesar de que la vigilancia global y local es un hecho, creo que una de las pocas acciones individuales y colectivas a la cual podemos acceder en estos casos es precisamente negarnos a ser ovejas homogenizadas, incluso sabiendo que no hay un impacto significativo a partir de acciones aisladas.
Pese a lo anterior, debemos trascender la individualización y dejar de pensar que estas acciones son una simple reacción personal. Esta coyuntura permite observar, como en pocas ocasiones, el impacto no coordinado pero existente de un rechazo colectivo de millones de personas que abandonaron una aplicación con el afán fundamental de decirle no al poder.
Y es que las grandes corporaciones que controlan buena parte de las comunicaciones en la Internet son poderes reales y tangibles, tanto como para negarle accesos al todavía presidente de los Estados Unidos y marcar un hito de censura que ha tomado desprevenidos a libertarios que no terminan de asimilar que fueron empresas privadas, y no el Estado, las que en una exhibición inédita de poder incomunicaron a la figura política y militar más poderosa del planeta. Empresas que, dicho sea de paso, en un doble estándar ya conocido, han permitido la incitación a la violencia en otros países, la ruptura de órdenes institucionales y la propagación masiva de posverdades. Todo, para que un conjunto de algoritmos mantenga conectadas a millones de personas, embrutecidas por el entretenimiento y disponibles para los grandes negocios que comercializan la información que reciben de las redes sociales. Es decir, en ese macronegocio, el producto en venta somos usted y yo, y el comprador es Amazon, otras grandes empresas y, por qué no decirlo, los servicios de inteligencia, que hoy en día encuentran oportunidades de vigilancia que no soñó ni la Stasi [1].
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La individualización es un fenómeno moderno mediante el cual cada persona entiende sus circunstancias como un asunto ajeno al sistema político, económico y social. Cada persona asimila sus problemas como un fracaso personal y es incapaz de identificar y de responsabilizar a una sociedad a la cual alimenta con su trabajo, pero que no le devuelve ni seguridad ni salud ni educación ni expectativas de una vida digna. En otras palabras, el ciudadano individualizado es para Ulrich Beck una especie de oxímoron, una individualidad que niega su ciudadanía, ya que carece de pensamiento crítico, entre otros recursos. Es precisamente contra ese proceso intenso de individualización contra el cual luchamos cuando le decimos no a una corporación que abusa de su poder.
WhatsApp seguirá siendo el servicio de mensajería más popular, y en Guatemala el oligopolio de las telecomunicaciones vende accesos a redes sociales y a servicios de mensajería que no permiten a mucha gente migrar a opciones como Signal o Telegram. Pese a lo anterior, algunas personas tenemos más tranquilidad negándonos a ser simples fracciones en negocios que están diseñados para embrutecernos y vendernos la felicidad prometida a un clic de distancia.
Si no ha accedido a sincronizar sus contactos con Facebook, si no ha aceptado aún los nuevos términos que impone WhatsApp, dese la oportunidad de borrar su cuenta porque no es suficiente con desinstalar la aplicación. Esto debe hacerse antes del 8 de febrero de 2021[2].
[1] El Ministerio para la Seguridad del Estado (Stasi) era el órgano de inteligencia de la República Democrática Alemana (RDA). Tenía tal capacidad de inteligencia y de vigilancia sobre la población alemana oriental que llegó a filtrar cada carta o comunicación que en esa época se enviaba por correo regular.
[2] Se supo de una postergación de los plazos indicados inicialmente por Facebook como estrategia para evitar la migración de millones de cuentas.
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