Habitualmente recibo basura a través de las redes y trato de no ponerle atención, pero en esta ocasión ha sido imposible no percibir un hilo conductor detrás de creativas teorías conspirativas que tratan de explicar la presente crisis global. Haga usted la prueba, y tal vez estemos de acuerdo en lo siguiente: en cada video que asocia al covid-19 con un ataque biológico se pone en entredicho la importancia de las vacunas. Se hace de forma indirecta, insinuando que se utilizará una vacuna para controlar a cada persona.
Ese discurso no es poca cosa. Las sectas antivacunas han provocado directa o indirectamente el resurgimiento de enfermedades ya erradicadas como la viruela o la polio. Y la pregunta que podemos hacernos es quién gana con la operación cognitiva de desacreditar las vacunas. Y mi primera reacción es que ganan quienes viven del pensamiento mágico, de manipular gente a través del miedo y de la religión.
Asistimos a una catástrofe global económica desencadenada por el miedo de personas viejas con enorme poder económico que esta vez no pueden mirar en otra dirección y dejar las muertes en las periferias desequilibradas o los sectores empobrecidos de sus propias naciones. No olvidemos que el covid-19 difícilmente supera a la tuberculosis o a la malaria en muertes y sufrimiento humano. Pero impactará a la economía de forma salvaje, y allí sí habrá diferencias, ya que el hambre y la desigualdad se van a profundizar. De eso no tengo dudas.
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Dicho lo anterior, tengo la impresión de que la contienda entre la ciencia y la religión se profundizará con esta crisis. En muchos países los templos están cerrados y los hospitales abiertos. Y esa verdad rotunda puede provocar disonancias cognitivas, principalmente en personas jóvenes que se negarán a seguir siendo objeto de manipulación. A eso le temen los grandes empresarios del espectáculo religioso, que por lo regular está exento de impuestos. Y por eso continuarán combatiendo la ciencia en varios campos, y uno que les duele es la teoría de género y su contribución a desmontar los mitos que sirven de base para dominar a las mujeres. Ya antes hemos asistido a campañas similares contra la teoría de la evolución y la teoría del big bang, por citar un par de ejemplos.
Alguien me decía que la ciencia y la religión no son excluyentes, y creo que puede tener razón desde una mirada individual, desde la perspectiva de un Estado laico que garantiza a cada persona el ejercicio de la espiritualidad o la oportunidad de adoptar la razón como fundamento. Sin embargo, desde una perspectiva social, la ciencia y la religión sí son excluyentes, y esta crisis lo demuestra. Dos de los mayores brotes de covid-19, en Corea y Francia, se originaron por la negligencia de personas que, en el seno de sus respectivas Iglesias, negaron la ciencia y la despreciaron con sus actos.
En Guatemala la situación no es muy diferente. Desde el Estado se apela al pensamiento mágico de forma irresponsable, y eso, le duela a quien le duela, está mal porque confunde, crea falsas expectativas, alimenta el discurso de la manipulación e invisibiliza el trabajo heroico de miles de personas que están allá afuera luchando contra una pandemia con los restos de instituciones saqueadas por décadas de privatizaciones.
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