Subsistirá más de alguna, seguramente. Ahora hay platos rojos o grises o simplemente cables de la tv, de la luz o del teléfono. También viejos hierros que resisten tras capas de óxido, el sueño de construir un nivel más. También en algún lugar de esa avenida, vi una segunda vez “Marimbas del Infierno”.
Había visto el rótulo que en ese lugar exhibirían la película. Sin dudarlo, lo anoté en mi agenda imaginaria, subrayándolo tozudamente para que no se me olvidara. Le tomé una foto al rótulo escrito en una cartulina blanquísima y marcador negro, tenía algunos detalles en rojo. Era imposible no verla si uno pasaba por la acera del frente. Le tomé una foto y la compartí en mi perfil de una red social. A veces no entiendo por qué uno hace ciertas cosas. Porque nos gusta, probablemente.
El día de la proyección, que era un sábado por la tarde noche, llegué a la hora en punto. Habían colocado unas bocinas y música a todo volumen. También tenían una batería instalada. El rótulo anunciaba la participación de un grupo de rock. Un grupo donde tocaba alguien que era algo de alguien más que salía en la película. Algo así.
La película empezó un par de horas después de la hora anunciada. Estamos en Guatemala y tal parece que es normal. Eso a mí, esclavo del reloj, como diría Pérez de Antón, siempre me deja con un mal sabor de boca. Pero al menos me dio tiempo de ir a comer unas pupusas, de tomarme una gaseosa. De intentar memorizar ese lugar. De observar a la señora que en la película cobra fallidamente la cuenta. De platicar con su hijo. De ver en la pantalla videos de “música” donde salen mujeres voluptuosas, con poquísima ropa y donde los cantantes usan joyas enormes y brillantes.
El chico con el que platiqué por un rato, era el hijo de la señora dueña del lugar. Por lo que le entendí, también iba a fiestas, bautizos y esas cosas, con sus bocinas, su música y sus videos. Me decía que ya mero empezaría la película. Me contó que esa tarde de sábado había dejado de amenizar una fiesta de quince años. Decía que tal vez hubiera sido una buena idea poner edecanes en la entrada. Es fácil deducir cuál era su idea del vestuario de los edecanes imaginarios y de qué sexo. Que eso siempre llamaba la atención y que de esa forma, seguro llegaba más gente. Yo sonreí y pensé en todas esas veces que he ido a eventos culturales en los que suelen dar vino. Supongo que esa es solo una variación de la estrategia del chico.
Los que logramos ver la película: los músicos de la banda que luego tocaría, algunos niños de la cuadra, un par de adolescentes coquetas, una pareja que parecía totalmente ajena a la situación, el chico y su mamá. Yo ya había visto la película y quería ver la escena final y al mismo tiempo, ver cómo reaccionaba la señora de la cuenta incobrable. Se pasó viendo la película más o menos en el mismo lugar en el que sale en la pantalla. Con un cuchillo en la mano, pelando y partiendo papas. Cuando terminó la proyección, simplemente se dio la vuelta y se fue. Supongo que a poner las papas en aceite hidrogenado.
La semana pasada vi la película por tercera vez, ahora en un cine, como debe ser. Por supuesto, había más gente. A veces me pasa que soy medianamente optimista y conté las butacas con personas y me olvidé de las vacías.
Volví a ver al chico montado en una escalera. Supongo que tampoco es pintor y por eso se tardó varias semanas en cambiarle el color a la fachada. Supongo que para tratar de volver el lugar más atractivo. Supongo que tampoco le va a funcionar. Supongo que él creerá que sí.
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