En la edición de esta semana me llamó mucho la atención el reportaje sobre un cementerio sin muertos, pero con sendas lápidas.
Tan curiosa iniciativa se desarrolla en Galicia, comunidad autónoma del noroeste español. Dice la nota que «Un colectivo de artistas y ecologistas lleva casi siete años llenando de lápidas un paraje privado de Cerdedo-Cotobade para honrar a las víctimas del franquismo que nunca pudieron recibir sepultura».
Los promotores del curioso caso forman parte de una asociación civil llamada Capitán Gosende. A la fecha han instalado veintidós lápidas y continuarán hasta donde sea posible y necesario.
La guerra civil española (1936 – 1939) fue un periodo sangriento que destrozó el tejido social. Aún hoy hay versiones contradictorias sobre las causas y consecuencias de esa guerra, que finalizó cuando el bando rebelde, encabezado por el general Francisco Franco, derrotó a las fuerzas del gobierno. Eso dio final a un periodo histórico conocido como Segunda República Española (1931 – 1939) e instauró otro conocido como Franquismo (1939 – 1975). Aquí puede aprenderse un poco más sobre este capítulo de la historia.
Esta corta pero intensa guerra interna dejó cerca de 600,000 muertos y 200,000 emigrantes forzados. Hay abundante literatura y películas sobre este enorme drama humano.
Resulta muy difícil hablar de esto sin recordar el conflicto armado interno de Guatemala (1960 – 1996) donde, según la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, murieron alrededor de 200,000 personas y otras 45,000 se consideran desaparecidas.
Luego de la firma de la paz, el país inició un periodo que ha dejado miles de muertos y desaparecidos por efecto de la violencia ejercida contra miles de personas en su intento de buscar mejores condiciones de vida en los Estados Unidos de Norteamérica.
Hay varios paralelismos con la guerra civil española y el que interesa destacar es el dolor de muchas familias que no pudieron enterrar los restos de las víctimas de la guerra. Esto tiene serios efectos en la salud mental, pues no es posible completar las fases del duelo. Trae mucho consuelo saber dónde están nuestros muertos y tener la posibilidad de visitarlos en sus tumbas según las tradiciones culturales y religiosas.
Independientemente de otros procesos (como justicia restaurativa y esclarecimiento histórico), disponer de un lugar físico para expresar nuestros sentimientos ante la muerte resulta fundamental para, al menos, aliviar el dolor que acompaña a los sobrevivientes por el resto de sus vidas.
Es aquí donde resulta de interés que aprendamos de la experiencia promovida por Capitán Gosende y su cementerio simbólico, conocido como Campo das Laudas (o Campo de las lápidas). Según los reportes, los promotores han ido colocando lápidas con información que identifica a la persona fallecida y los deudos las visitan para recordar a sus muertos. Las notas de prensa no indican si se entierra algo que permita una conexión física, como pertenencias personales o cosas que faciliten la evocación y la conexión espiritual que se requiere, pero tampoco parece una mala idea.
También hay cierto elemento de reivindicación pues con esto se demuestra que, aunque se haga desaparecer los restos físicos de la persona, no se rompe el vínculo ni se evita que podamos acudir simbólicamente a ella para ofrecer o pedir consuelo. En términos de salud mental y de bienestar espiritual, esta actividad puede ser muy útil para cicatrizar dolorosas heridas.
Como no se entierran restos físicos, no hay nada que impida que un terreno cualquiera se convierta en cementerio simbólico. No se necesitan permisos más que de los propietarios o administradores para levantar estos pequeños monumentos a la memoria de aquellos cuyos restos no conseguimos recuperar para darles sepultura según nuestras costumbres y creencias espirituales y religiosas.
Más de este autor