¿Suena estúpido? Sí, pero es la analogía con que se me ocurre explicar la indignación que estruja mi pecho cada vez que algún compatriota habla con "orgullo" de los lindos paisajes de Guatemala, de su sabrosa comida, de la gloria de "poner en alto el nombre del país" ya sea yendo al mundial (jajaja), ganándose una medalla olímpica, llenando un estadio por un concierto de mal pop en Miami o cualquier cosa de todo ese largo listado de engañosos y facilones etcéteras.
Y digo, sí, sé que es verdad que Guatemala cuenta con paisajes hermosos y comida típica deliciosa… Pero la charada es que me es imposible pasar por alto que en esos hermosos paisajes –que son meros accidentes geográficos que ya estaban allí y que ni siquiera son precisamente bien cuidados, apreciados ni visitados, más allá de decir “qué lindo” viendo la ocasional postal– habita gente como uno, pero con hambre, entre otras muchas calamidades… No sé si sabían, pero en esos paisajes que se ven bien chileros en fotos, óleos o acuarelas, viven seres humanos (casualmente, en su mayoría indígenas) sin servicios básicos, sin acceso a salud, sin infraestructura digna para ser educados y con escaso o nulo personal que los eduque, sin posibilidades reales de salir adelante y con muchas posibilidades de ser explotados como mano de obra; gente que nunca logra recuperarse luego de un desastre natural. ¿Sirve de algo un país con vistas hermosas si la gente que las habita no vive sino que a duras penas logra sobrevivir? Otros paisajes, encima, están siendo saqueados para la obtención privada de metales o petróleo. ¿Les suena o están muy ocupados recordando orgullosamente el nombre original de Fabiola Roudha?
Aunque esto del supuesto orgullo nacional se reaviva ocasionalmente conforme a conveniencias casi siempre empresariales (como la campaña de Guatemorfosis en el primer trimestre de 2012), justo ahorita, a propósito de las olimpiadas, surgió una nueva llamarada [de tusa, claro, pero que ahorita está en pleno ardor patrio]. Independientemente de cómo les vaya a los atletas guatemaltecos, me surgen, para variar, varias preguntas ¿De quién es el triunfo o fracaso de Kevin o de Ana Sofía? ¿De todos los guatemaltecos o de ellos y, si mucho, su gente cercana que los apoya? ¿Qué tanto los ha apoyado el Estado a través de la CDAG? (Y por cierto, ¿al final tenemos un diagnóstico de las finanzas de la CDAG? ¿Qué encontró la CGC?) ¿Qué tanto se les apoyará luego de las olimpiadas? ¿Tendrán la suerte de una generosa pensión por debajo del salario mínimo como Teodoro Palacios Flores? ¿Terminarán recogiendo pelotitas de golf como Doroteo Guamuch (alias forzoso de Mateo Flores)? ¿Tendrán que irse del país como Arjona para triunfar económicamente? ¿O se quedarán y desperdiciaran su talento deportivo consiguiéndose un trabajo “normal” para poder sobrevivir? ¿No es a eso a lo que estamos condenados en este país? Esos jóvenes que se sientan inspirados por la gimnasta que ve en la tele, por el karateca, por el cantante ¿a dónde podrán dirigirse para tratar de aprender a hacer lo mismo o algo similar en alguna otra disciplina? ¿Necesitará sus propios recursos? ¿Y si no tienen ni para nutrirse adecuadamente? ¿Cuántos niños de los que hoy por hoy pasan hambre en la escuela de verdad tienen abierta esa posibilidad? ¿A quien inspira el triunfo de Kevin o Ana Sofía? ¿Quién se entera? ¿Sólo quienes tienen luz eléctrica, tele, internet o saben leer? ¿Cuántos niños del Ixcán o Sololá o los alrededores del río Tatín le pedirán hoy mismo a sus papás una raqueta de bádminton o que los lleven todas las tardes a la gimnasia rítmica?
Aunque nada de lo que he planteado está peleado con el humano sentimiento del agrado por el éxito ajeno (tan humano como la envidia) pareciera que con tal de sentirnos “orgullosos” de algo aunque sea, optamos por meter bajo la alfombra lo que nos lo impide, que es lo más y no lo menos, que es lo usual y no lo casual. Felicitemos a Kevin, a Arjona, a Ana Sofía, vaya, pero de eso a que creamos que hemos superado la mierda en que vivimos… porque fijo nel. ¿Orgullo queremos para ya? Porque allí está nuestro Nobel de la Paz viva, siendo ignorada, cuando no despreciada o atacada… no que sea yo admirador acérrimo de la señora Menchú, pero, cangrejo que soy, tengo la noción de que el Nobel podría ser un tanto más digno de bulla que un décimo lugar en Miss Universo o un supuesto Latin American Idol cuyas celebraciones de orgullito colectivo duraron lo que un orgasmo mal fingido. Ah, pero es que ella no solo es mujer, “india” y guerrillera sino que encima nos recuerda todas esas verdades de las que no queremos hablar y que los medios prefieren sustituirnos por cómodas y mercadeables ficciones apaciguadoras.
Me da mucho asco que colectivamente seamos este ishto malcriado y ya demasiado grandecito como para seguir chupando el pepe que nos dan para prevenir el berrinche. Yo de verdad estoy a riata de no tener algo de lo cual sentirme orgulloso como guatemalteco e insisto –y no pienso dejar de insistir– en que ustedes tampoco lo tienen. Por más que sean ficciones, la verdad es que yo sí quisiera tener una "identidad nacional" por abstracto que eso suene. Lo que pasa es que me rehúso a conformarme con una de a mentiritas. Reconozcamos los problemas, que son gravísimos; veamos cómo los podemos ir resolviendo y sintámonos orgullosos de ese primer paso. Hacer como que los clavos no existen, no resuelve nada. El dinosaurio sigue aquí aunque por algún motivo perverso muchos a diario despierten en orgullosa paz.
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