Millones de personas se saben ovejas oprimidas y no tienen energías o ideas para tratar de cambiar su situación. Me refiero, por supuesto, a la gente que se levanta en la madrugada para sufrir dos o más horas de transporte, la que cobra salarios miserables y tiene la opción de unirse a la caravana de pobres hacia los Estados Unidos. Esa gente sabe que está jodida y que vive casi en la base de una pirámide. La falta de expectativas y el miedo por descender al infierno de la pobreza extrema la paraliza.
En otras palabras, la gran mayoría de las personas en este país se perciben a sí mismas como ovejas y, de vez en cuando, en manada, hacen ademanes de depredadores para discriminar a las ovejas diferentes, a las que desempeñan tareas indeseadas, o para encontrar una identidad contemplando como inferiores a las ovejas que no tienen pandereta, moto, pistola, vuvuzela o corbata. En ese juego, las ovejas cambian de posición para discriminar y ser discriminadas, queriendo o sin querer, como en un ritual muy bien aprendido en el cual, evidentemente, hay ovejas permanentemente jodidas. No son negras porque ya ni piel tienen.
¿Qué hay de malo en ser oveja? ¿Qué problema tengo yo con la aceptación humilde y feliz del lugar que le tocó a cada quien? El problema es que la oveja es una mercancía que consume y se consume y que al desollar a la oveja podemos encontrar adentro a una persona negada. Mujer, indígena, transexual, roquera, bruja, lesbiana, atea, gay, científica, proletaria, bisexual, campesina, migrante, maya, intersexual, garífuna, poeta, ambientalista, cristiana coherente (no es chiste, existen), emprendedora sin pedigrí o esa persona con capacidades diferentes que siempre será invisible porque, como las anteriores, no es útil para el mercado y tiene que ser empacada como oveja, nacionalista, hipócrita, religiosa, votante, obediente, endeudada, crédula, temerosa del dios de moda y negadora de los hechos y de la historia.
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Así, en público somos ovejas y no hay diferencias. ¡Todos y todas somos Guatemala! Algunas ovejas, eso sí, tienen piel de lobo y pedigrí para recordarnos que ejercen la obligación de cuidar de esta república. Ellas, que son ovejas decentes, usan chequera y pistola, tienen pasaportes a la carta, financian campañas electoreras para que las ovejas subalternas se sientan incluidas y voten por quien les conviene a las ovejas con piel de lobo. Esas ovejas, blanquitas y republicanas, en realidad se creen el disfraz. Son, de hecho, ovejas lobo por encima del resto y con derecho a ser depredadoras. Algunas son hasta buenas personas, pero el disfraz impone un rol que debe ser cumplido como en un eterno efecto Lucifer.
Pero eso de ser oveja disfrazada tiene algunos problemas. Es necesario disfrazar a otras ovejas subalternas para ocultar a las verdaderas ovejas lobo. De ahí que haya miles de ovejas que, orgullosas, creen merecer su disfraz de lobo con etiquetas diversas de lobitos académicos, políticos, burócratas bien pagados, ejecutivos, comerciantes, empresarios de subsistencia, pastores, curas, periodistas, machos poderosos, tenedores de tarjetas platino e hipotecas. En fin, toda la subalternidad que no se cree subalterna ni obligada a hacer nada por el ovejero jodido de la base al cual temen regresar.
En 2018 las ovejas lobo chapinas están inquietas. No dejan de temerle al ovejero, ya que un día puede despertar. Han reciclado una canción para 2019, y el ovejero está tarareando una estrofa falangista. No se la sabe bien, pero es una canción fascista y violenta, de nuevas promesas de orden y bienestar. No sabemos hasta dónde puedan llegar con esa canción, pero hubo otros lugares poblados de ovejas que cantaban canciones fascistas, y un día el ovejero despertó y las ovejas lobo fueron desolladas. También hubo sitios donde las ovejas lobo no eran tontas y optaron por perder algunos privilegios, pero consiguieron evitar la violencia.
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