Se suelen hacer observaciones críticas como la del padre ausente, la de la mamá luchona, la del saber escoger a un buen padre y otras que, al analizarlas con un enfoque de género, no deberían presentarse sin otro sentido que el de desear corregir patrones para la construcción de una sociedad emocionalmente sana.
En un inicio, el concepto de paternidad se enfocó principalmente en el rol de la madre hacia sus hijos e hijas. No obstante, con el pasar del tiempo, desde el feminismo se ha cuestionado este rol, que ha llegado a diferenciarse en paternidad y maternidad y que, como bien se sabe, ha limitado el pleno desarrollo de las mujeres y ha afectado el de los hombres respecto a su involucramiento con sus hijos e hijas, ya que la función de los hombres en su paternidad está fundamentalmente orientada a la de proveedores.
Al analizar las conductas de los hombres cuyas paternidades se reflejan en irresponsabilidad, en ausencia, en desentendimiento del lazo consanguíneo, en falta de afecto, en dificultades de expresión emocional, etcétera, se puede colegir que detrás de esos bloqueos o traumas hay una estructura patriarcal que ha dañado a ese ser humano y que no le ha permitido desarrollarse plenamente, ya que se le ha exigido un rol que lo limita en el pleno ejercicio de su función como padre en lo público y en lo privado.
A los hombres, desde la infancia, por el hecho de ser hombres, se les reprimen las emociones. Ejemplo de ello son frases recurrentes como «los niños no lloran», «los niños no deben jugar a las muñecas», «el rosado es de niñas», «mi hombrecito de la casa», «¿usted para qué quiere aprender a cambiar pañales?», «usted va a estudiar para mantener a su familia», «la cocina es para las mujeres», etc. Todas estas frases le generan una realidad distorsionada al niño, quien durante su desarrollo se ve limitado de conocer plenamente sus emociones, habilidades y parte de su identidad. Por ello, el ejercicio de la paternidad, aún en pleno siglo XXI, es un desafío para sociedades como la guatemalteca, donde predomina una cultura machista, patriarcal y estereotipada reflejada en los espacios privados y públicos, desde el hogar hasta las instituciones y la legislación.
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Países como Corea del Sur y Japón brindan a los padres más de 50 semanas pagadas de posnatal. Por su lado, Noruega, Islandia, Suecia, Bélgica, Portugal, Luxemburgo y Francia tienen contemplado un rango de entre 10 y 28 días de posnatal (varía de un país a otro). En Guatemala hay una iniciativa de ley para fomentar la paternidad responsable que ni siquiera se acerca a este ideal de normativa. Sin embargo, paralela a la lucha de esta propuesta de ley está la estructura patriarcal preestablecida en las instituciones y en la sociedad.
Ante este panorama sombrío para el pleno ejercicio de una paternidad responsable, no nos queda más que observar a los padres en nuestro entorno; analizar sus acciones y conductas; comprender su historia de vida, sus creencias y sus limitaciones asignadas por un rol estereotipado y machista predominante en lo estructural y social, y acompañarlos en ese proceso de sanación que ellos también necesitan.
Romper este pacto patriarcal es una carga que también ellos tienen que aprender a reconocer y cuyas soluciones también ellos deben buscar. Por ejemplo, vemos cómo algunos hombres se acercan cada vez más a su ideal de paternidad responsable a través de una paternidad deseada, rompiendo esquemas y estereotipos que siguen dañando a la sociedad y a causa de los cuales, a pesar de que ellos hacen lo correcto, son señalados de raros y de fuera de la norma por la cultura machista.
Es por ello que este Día del Padre, mediante la visibilización de la paternidad irresponsable, es necesario que analicemos las causas para trabajar en ellas y ayudar a quienes también son víctimas de un sistema mezquino que no excluye género.
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