Con pocas excepciones, los sistemas educativos enseñan obediencia al poder patriarcal, económico, religioso, tribal o de cualquier otra índole. De forma paralela, construyen en nosotros cavernas que no son más que vacíos enormes y oscuros sobre temas como la salud sexual y reproductiva, la alimentación libre de basura comercial o la posibilidad de ejercitar el pensamiento crítico en lugar del pensamiento mágico-religioso.
Por fortuna, contamos con un recurso de análisis feminista práctico, efectivo y yo diría insustituible: el sospechómetro. Por ejemplo, las declaraciones del Taquero permiten preguntar quién se beneficia con que ese individuo acceda a un sistema de contrainteligencia, qué implicaciones tiene su performance en la construcción de relaciones de poder dentro y fuera de la prisión y por qué estoy escribiendo una columna sobre esa coyuntura, y no sobre problemas importantes e impostergables.
Vayamos por partes. Para dominar la mente de las personas es necesario dominar el acceso al discurso y su contenido. En este caso, el Taquero accede al control del discurso gracias a relaciones de poder que le permiten inundar los medios con basura de coyuntura. Esa jugada ya representa un enorme éxito para quienes se empeñan en una meta fundamental: mantener las cosas en su estado actual, o sea, mantener los privilegios de quienes están muy bien y mantener subordinadas y bien jodidas a las mayorías.
En pocas palabras, el problema principal de este país es que muy pocas personas acaparan, gracias a sus privilegios ilegítimos, casi toda la generación de riqueza, mientras que una gran mayoría, ocupada en sobrevivir, se mantiene anestesiada y bombardeada por propaganda política y religiosa. Desde el hogar, la escuela o la iglesia se produce un discurso que fundamentalmente demanda obediencia. Lo demás es accesorio, ya que obediencia significa renunciar al pensamiento que cuestione el poder.
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En suma, el performance del Taquero nos permite apreciar al menos dos dimensiones en la construcción de medios de control social. La primera es la oportunidad de indagar acerca de los mecanismos de poder necesarios para que él acceda a información de contrainteligencia que no puede ser generada sin un interés, sin beneficiarios y muy probablemente sin una agenda de impunidad. Si el impacto de esta y otras acciones frena el cambio, ¿quién se beneficia con que todo siga igual?
La segunda dimensión de control social requiere que nos alejemos un poco de la basura del momento. Porque esta noticia, como otras, cumple la función de ocupar el espacio informativo. Dicho de otra manera, quien controla el acceso al discurso tiene media batalla ganada. La otra mitad es imponer un código y una agenda que se resumen así: teniendo control del acceso, lo que sigue es colocar en los medios un tema polémico e incentivar un intenso debate. Esto sirve para que los problemas de fondo permanezcan invisibles.
Tal vez sea ocioso enfatizarlo, pero los temas de fondo no han cambiado: los que tienen mucho no quieren pagar más impuestos y no quieren regulación estatal que proteja a las personas y al ambiente. Los que tienen mucho y que rara vez aparecen en las noticias quieren que vivamos la ficción de elegir en qué pensamos, siempre que sea un tema como la corbata del Taquero o la gente comiendo de la basura en Caracas (entiéndalo bien, en Caracas, no en Guatemala).
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