A ver. Unos dicen que la polarización social existente en Guatemala es resultado de un complot —ideológico y deliberado— articulado desde las sombras por la Cicig, el MP y el PDH bien acuerpados por «la izquierda». Otros dicen que dicha polarización es producto natural de una sociedad que contiene personas buenas (versus) personas malas, corruptas, (a diferencia de las) incorruptas, y que es a través de una supuesta «lucha contra la corrupción y la impunidad» como se recuperará el balance de las cosas existentes.
Todos desde su prisma aseguran que quieren «recuperar» una Guatemala que en realidad nunca ha sido de sus mayorías. Es decir, pajas por doquier.
No nos dejemos embaucar. Ambas historias son propias de la mitología. La primera es coreada por una facción históricamente privilegiada que se aferra, con cierto miedo inédito, a sus prebendas inmerecidas, mientras que la segunda es anunciada, con un desborde delirante de moralina, por un conglomerado tácito de oportunistas políticamente correctos, próceres de la moderación y la desideologización, con el objetivo de reclamar su preeminencia moral y ocultar su corrupcioncita diaria.
Queridas amigas y compañeros de aventura, la polarización es innegable, pero esta no es un desenlace directo de la coyuntura (en sentido amplio —digamos, de 2015 para acá—) ni mucho menos consecuencia de las quimeras de la corrupción, de la ideología o de las conjuras oenegeras. La polarización, la fragmentación y la desmovilización de la sociedad guatemalteca son una derivación histórica producto de la configuración misma del Estado y —mucho ojo— de naturaleza eminentemente socioeconómica. Eso viene desde la colonia —con minúscula, por favor—. No viene del Codeca, de la Cicig, del advenimiento de las redes sociales o de la muerte de Arzú.
Eso sí, aunque la polarización es fundacional e inherente, sí que es bien aprovechada maliciosamente por los oportunistas para avanzar sus causas politiqueras. «Iván nos dividió», «la corrupción de Baldetti arruinó el país» y otras fábulas simplonas.
Es decir, no es que nos estemos polarizando, sino que existimos en un estado de polarización perenne. Y es a través de la ideología bien articulada, de las acciones judiciales bien ejecutadas y de la participación de la ciudadanía en la construcción de comunidad como finalmente podremos superar ese déficit democrático atemporal. Y con amor, mucho amor.
Fascistoides y moderados, ambos, intentan desviar la atención para que el ciudadano común —como usted y yo— estemos demasiado distraídos como para embarcarnos en análisis conscientes de la realidad concreta. Y esto, por obvias razones de beneficio personal, ya sea para seguir siendo los de arriba en la escala de poder o los de arriba en la escala moral.
Todos, iguales de mentirosos.
Evidentemente hay un sesgo hacia la izquierda de parte de los operadores de la lucha contra la corrupción, pero eso no es en sí mismo malo, pues los operadores de la debacle existente en Guatemala han hecho de las suyas con un sesgo hacia el fanatismo economicista neoliberal, un subtítulo innegable de las derechas modernas. Equilibrio, que le dicen.
Pero lo que yo planteo es lo siguiente: ¿podemos apagar el fuego con gasolina?; ¿llegaremos a la tierra prometida a través de acusaciones, calumnias y fantasías cruzadas?; ¿quién por el amor, el perdón, el servicio y la comunidad?
Hasta ahora, nadie. Al menos nadie que se note. La compasión y la solidaridad no venden en estos tiempos.
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