Los políticos toman al vuelo la oportunidad y sacan doble ventaja de la temperatura social, aunque de manera perversa, como lo demuestran algunos hechos.
En 2008, Guatemala ingresó al club de países latinoamericanos que entregan transferencias monetarias condicionadas (TMC) a los pobres. En un alarde de agresividad en materia de política social, el gobierno de Álvaro Colom incrementó de manera vertiginosa el presupuesto asignado a ese programa, a tal punto que en 2010 éste representó el 0.34% del PIB. Las cifras de la medición de pobreza en la ENCOVI 2011 parecen reflejar una relación directa entre esta inédita redistribución de riqueza a los más pobres y la disminución de la pobreza extrema en cerca de dos puntos porcentuales, de 15.20 en 2006 a 13.33% en 2011.
Hasta ahí llegó la agresividad del autoproclamado partido socialdemócrata. A partir de 2011 el presupuesto de las TMC empezó a declinar también de manera estrepitosa. Pero el movimiento de prestidigitación había surtido efecto. El gobierno actual sigue repitiendo la cantaleta del combate a la pobreza, como lo hacen el resto de gobiernos del subcontinente, sean del color ideológico que sean. Y como en otros temas, las políticas contra la pobreza se desplazan convenientemente hacia el centro, donde la tecnocracia administra sin fricciones la agenda política.
Los manuales de política social en boga dicen que la atención a los más pobres constituye el primer eslabón de un sistema de protección social integral. Los siguientes niveles del engranaje deben estar bien engrasados para que nadie se queje por la falta de oportunidades de ascenso social.
En la práctica, por lo general sucede lo contrario, sobre todo en países con más desigualdad social. Aquí, por ejemplo, entre 2006 y 2011, la pobreza general aumentó casi tres puntos porcentuales. Aunque hay menos personas en pobreza extrema, los procesos de empobrecimiento siguen succionando cada día a más personas. Y el abismo parece insalvable…
¿Qué sucede con los demás eslabones? Ningún gobierno, con o sin voluntad política, ha logrado detener el progresivo deterioro de los sistemas de educación y salud pública. Con razón Guatemala sigue siendo el país con el menor gasto social en América Latina y El Caribe, como lo demuestran datos de la CEPAL. En otras palabras, no hay puentes que allanen el camino para los más pobres con destino a una sociedad donde quepan todos.
En este contexto, ¿qué significa la publicidad sobre la lucha contra la pobreza? ¿Cómo evaluar las palmaditas de congratulación que los gobiernos reciben de la comunidad internacional por el ‘aumento continuado del gasto social’ reportado en los informes más prestigiados? Tanta marimba y tanta chirimía[1] parecen responder a un bien calculado esquema de gobernabilidad en que es un requisito la paz social. Y en ese esquema es insustituible la función de legitimación que acompaña a toda política social. Con la salvedad de que en esta etapa de capitalismo senil, ya no se trata de una política social como lo fue la del clásico Estado de bienestar. Allí convivían sinérgicamente industria, pleno empleo –cuando no había crisis—política social y acumulación. Hoy esos asideros no existen ni para los países centrales, tanto menos para países con capitalismos tropicales.
Por lo tanto, en el menú de política social están tachados los platos gourmet que pudieron haberse elegido hace 50 años. En contra del discurso convencional que insiste en que los gobiernos construyan edificios de protección social cada vez más robustos e incluyentes, los gobiernos más progresistas se contentan con diseños en que a lo sumo se puede alabar la disminución significativa de la pobreza y los esfuerzos para contener la desarticulación de sus sistemas de salud y educación. Para gustos menos exigentes, como el de los Estados más excluyentes, se ofrecen opciones mucho más baratas, como las que permiten un gasto social alrededor del 7% sobre el PIB, muy por debajo del promedio regional que se sitúa en 17.9.
Tomando en cuenta ese margen de maniobra cabría preguntarse si, para el caso guatemalteco, se perfila alguna fuerza progresista capaz de darse un lujo en el menú de la política social, que al menos tienda a alcanzar el promedio de gasto social de América Latina en el próximo periodo de gobierno. ¡Con la derecha no hay tales, es muy tacaña!
*José Vicente Quino es sociólogo y especialista en el área de pobreza. Enseña e investiga sobre este tema en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales de Guatemala (Flacso-Guatemala)
[1] Nota: esta expresión pretende ser un guatemaltequismo que significa “tanto bombo y platillos”…
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