Todo comenzó en Guatemala con la orden de captura contra el presidente Colom y todo su gabinete por su participación en la creación del proyecto de Transurbano. Al final del día, el MP y la Cicig ostentaban una nueva medalla por dejar claro que nadie está por encima de la ley, pero la OEA había perdido a su mediador principal para la crisis política en Honduras. Y la ONG internacional Oxfam encajaba un duro golpe al ver al presidente de su junta ejecutiva (el exministro de Finanzas Juan Alberto Fuentes Knight) acusado y encarcelado preventivamente.
Para Oxfam fue un golpe que se sumó a los devastadores testimonios de la semana anterior que confirmaron la contratación de prostitutas en Haití con fondos de la organización a fin de satisfacer las demandas sexuales de los directores de operaciones de la ONG en el devastado país caribeño. Para la OEA en Honduras, la captura del presidente Colom fue solo la primera señal de una semana calamitosa que concluyó el jueves con la renuncia del jefe de la Misión de Apoyo contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (Maccih). En su carta de renuncia, el exjefe de la Maccih denunció que el secretario general de la OEA no tenía ningún interés en la misión, supuestamente avalada y apoyada por la principal organización intergubernamental del hemisferio occidental.
La noticia de la captura del presidente Colom y del de la junta ejecutiva de Oxfam le dio la vuelta al mundo. Se publicaron reportajes en BBC, The Guardian, El País, el New York Times, el Washington Post, Al Jazeera, Fox News y CNN, entre otros. La noticia de los dos graves golpes para la OEA en Honduras tuvo repercusiones en medios continentales y regionales. De cualquier manera, se trató de un claro caso en el que las noticias sí salieron de Centroamérica y fueron debatidas en el mundo. Así actúa la globalización: lo local se vuelve global y viceversa.
Frente al debilitamiento de la imagen de Oxfam y de la OEA, quedó claro que las Naciones Unidas son el foro donde se refugia la humanidad en tiempos de crisis. No se trata de creer que la ONU sea una suerte de secta compuesta por individuos de origen celestial, pero sí es importante comprender que, en medio de un proceso de globalización con tantas vicisitudes, la ONU es el foro intergubernamental menos deslegitimado y con mayor autoridad y recursos para liderar cambios que generen un mundo más pacífico, más próspero y más respetuoso para con el planeta y la humanidad.
Centroamérica es y seguirá siendo un punto álgido a nivel global. La geografía política y económica nos ha convertido en el punto de comunicación natural entre Sudamérica y Norteamérica y en el principal punto de conexión entre los océanos Pacífico y Atlántico. Eso nos convierte en un territorio esencial para el comercio mundial, pero también un punto de tensión para la conflictividad en relación con la seguridad hemisférica y global. El impacto de la ruta de las drogas y de los flujos globales de migración es solo la punta del iceberg de un complejo enjambre de problemas que implican esquemas de cooperación internacional, ya que no pueden ser resueltos estrictamente con políticas domésticas.
Después de las guerras de los años 1980, Centroamérica asumió con optimismo la idea de regir sus propios destinos con acompañamiento internacional, pero con visión soberana. Sin embargo, ya para los primeros años del siglo XXI quedó claro que la conflictividad derivada de problemas globales se iba a volver cada vez más compleja de manejar. La corrupción generalizada y crónica que ha azotado a cada uno de los países centroamericanos desde hace ya más de dos décadas se encuentra articulada con fenómenos globales como el narcotráfico y los proyectos de infraestructura operados por compañías internacionales como Odebrecht.
La lucha por la justicia, contra la corrupción, contra el crimen organizado y contra la impunidad es la demanda más sentida de la población centroamericana. Los centroamericanos no nos equivocamos al pedir justicia en nuestros países desde Panamá hasta Guatemala. No podemos seguir viviendo en sociedades regidas por la violencia, el abuso de autoridad y la impunidad ante los crímenes (sobre todo los de cuello blanco). Sin embargo, debemos advertir que la legitimidad de la democracia y la credibilidad de los derechos humanos se van perdiendo en la región y que aparecen alternativas que prometen salvar a los países desde el populismo barato de derecha y de izquierda hasta el uso manipulador de la religión con propósitos políticos.
Ante semejante afrenta a la estabilidad regional, continental y global, es necesario que la ONU considere la necesidad de establecer un enviado especial que acompañe y coordine esfuerzos internacionales a favor de la justicia y la estabilidad institucional y política de la región centroamericana. Las grandes decisiones siguen en manos de la ciudadanía centroamericana y de nuestra capacidad para gobernarnos a nosotros mismos, pero hay un espacio amplio para que la ONU fortalezca las capacidades institucionales soberanas y genere espacios de mediación y diálogo que apoyen la estabilidad política en la región.
Los centroamericanos nos enfrentamos a desafíos de carácter regional, continental y global. Y, como ha quedado claro la semana pasada, lo que nos ocurre a nosotros repercute en el mundo y en el continente, pues somos un espacio donde confluyen diversos intereses geoestratégicos. La ONU tiene la responsabilidad de brindarnos la mano en este contexto y de trabajar con nosotros en superar la actual coyuntura de inestabilidad, que amenaza con sacrificar los logros democráticos y el respeto de los derechos ciudadanos que ganamos duramente luego de los conflictos armados en la década de los 80.
La paz en Centroamérica sigue siendo una responsabilidad global.
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