El 2011 fue benevolente al haberme proveído una generosa porción de mi más preciado deseo: el conocimiento.
En Haití comprendí que es la mente la que hace al hombre libre o esclavo.
Confirmé que es la actitud la que nos hace prosperar o fenecer, vivir o sumirnos en un estado de agonía permanente.
Aprendí que mi casa, al igual que mi país, son una expansión de mí misma… un espejo.
Comprendí que no hay pobreza mayor que la que yace en el conformista, el mentiroso,...
El 2011 fue benevolente al haberme proveído una generosa porción de mi más preciado deseo: el conocimiento.
En Haití comprendí que es la mente la que hace al hombre libre o esclavo.
Confirmé que es la actitud la que nos hace prosperar o fenecer, vivir o sumirnos en un estado de agonía permanente.
Aprendí que mi casa, al igual que mi país, son una expansión de mí misma… un espejo.
Comprendí que no hay pobreza mayor que la que yace en el conformista, el mentiroso, el desidioso, el avaro y el presuntuoso.
Reafirmé que la pobreza no se combate con limosnas. Que la mendicidad y la caridad refuerzan la conciencia de aquellos que abusan y explotan sin remordimientos.
Conocí la profanación de la noble ayuda humanitaria, a usureros que viven de la desgracia humana.
Constaté el poder transformador de la política pero también el de las pequeñas acciones. En lo grande y en lo pequeño, se erige o se destruye.
Advertí con tristeza que será después de que el último árbol sea cortado, el último río envenenado y la última especie animal cautiva, que sabremos que del dinero no dependía la vida.
Aprendí que es la adversidad la que desnuda y revela nuestro ser.
Mejoré la prudencia, administro mejor los silencios. Escucho más y hablo menos.
Aprendí que la normalidad es irreal y, finalmente, cuestiono la universalidad de las cosas.
Aprendí que lo común suele ser extraordinario y que es legítimo sospechar del absurdo.
Comprendí que la voluntad sin conocimiento y el conocimiento sin voluntad prometen un éxito similar al de un socorrista ciego.
Me identifiqué con el modelo de ingenuidad de Voltaire encarnado en el relato de ese joven bravo, lúcido y generoso, cuya rectitud choca con las hipocresías y convenciones de la sociedad de su época.
Reafirmé mi espíritu aventurero y me alegré de ser y sentirme libre.
Aprendí que lo verdaderamente sabio es simple y gratuito. Que puedo mudarme de un lugar a otro portando un simple morral y en el relicario, mis memorias.
Robustecí el amor por mi patria y alegre, volveré pronto a ella.
He anotado con alegría una nueva misión cumplida.
¡Felices 366 días para ti querido Ramón!
Abrazos
Carmen
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