Las condiciones en que fue elegido el señor Álvaro Arzú E. no abonan al optimismo. Por un lado, el partido familiar —caudillista y conservador— no tiene hoy más diputados que el mismo ascendido a presidente del Congreso. No es precisamente un partido representativo del sentir ciudadano, colectivo. Es evidente que las negociaciones existentes en el hemiciclo demuestran el poder que sigue manteniendo el señor alcalde y que los apoyos generados al Ejecutivo, así como el coincidente rechazo entre ambos de la Cicig y el MP, hicieron más sencillo el cabildeo para quien encabeza hoy la junta directiva. Lujo de operador político.
El perfil del nuevo presidente asusta. Basta un pequeño recorrido por su cuenta de Twitter para saber que le hace falta ahondar en las virtudes de la tolerancia, la defensa de la vida digna y el respeto al trabajo de los defensores de derechos humanos. Entre un caluroso saludo a Erwin Sperisen —involucrado en ofensivas de limpieza social en 2005— y el orgullo de solicitar el traslado de la embajada de Guatemala a Jerusalén —que nos facilitó la atención internacional con muy malas impresiones—, el señor Arzú se pregunta dónde están las fuerzas de seguridad para disolver las manifestaciones de «delincuentes». Vamos por la pena de muerte entonces.
¿Qué significa la elección del señor Arzú al frente del Congreso? Significa la imposición de la política como la conocemos en suelo nacional. Es el resultado de la política de negociaciones, tratos y acuerdos que se respetan porque se quiere proteger el statu quo. Con la nueva junta directiva, pocas esperanzas tenemos de escuchar a la ciudadanía pidiendo que sean atendidos antejuicios o reformas impulsadas. Escucharemos, estoy segura, muchas voces subidas de tono, muchos arrebatos al estilo del señor Galdámez. Es posible que las agendas y las órdenes del día no sean acordes a lo que se necesita. Habrá retrasos a conveniencia y se motivará la discusión a conveniencia. Se gobernará para entrampar o para promover iniciativas que protejan intereses sectoriales, políticos señalados, militares con citas con la justicia.
La pregunta incómoda es cómo se permitió esta elección. Mientras leíamos de las reuniones privadas con los cinco candidatos conocidos con el presidente del Legislativo, un trato estaba acordándose entre bastidores. Un periodista lo hizo evidente y, mea culpa, pequé de inocente. Pero, a la luz de lo sucedido, no puedo dejar de pensar que otros diputados tenían la misma información. ¿Por qué no se denunció? La responsabilidad está en las manos de los diputados y de las diputadas en el hemiciclo. ¿Por qué no otra planilla, una más decente? ¿Por qué no generar dinámicas de oposición más allá de limitarse a votar en contra, lo cual sabemos poco efectivo? La oposición es fácil hacerla cuando se debe criticar —y tan fácilmente cuando se contrapone a un discurso poco democrático—, pero no es tan sencillo hacer oposición cuando se intenta defender desde la toma de espacios, desde la denuncia, desde la rebeldía, desde la lucha contra el acomodamiento de curul. Eso requería la situación.
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