El año pasado hubo un cruce de artículos y debates iniciados por Manolo Vela Castañeda, respondidos por mí y en los cuales terciaron Virgilio Álvarez Aragón, Edelberto Torres Rivas y hasta Alejandro Flores. La crítica planteada por Vela era que había que refundar la izquierda y empezar desde abajo, sin los actores que eran responsables del fracaso de la izquierda. Me disculpo por no citarlo literalmente.
Los otros colegas matizaron el asunto en una u otra línea. Y el más radical —pienso— fue Flores al plantear un anarquismo estratégico sin actores partidistas para derrotar al sistema. Incluso, por la banda derecha echó sus gramos de pimienta Phillip Chicola con el tema de si la Revolución de Octubre dejó alguna herencia o no.
Y hay que reconocer que fue Plaza Pública la que animó este debate, lo cual sucedió en medio de masivas movilizaciones en las calles y de las inminentes elecciones generales del 2015. Se trataba entonces de un debate estratégico. Un poco al margen de aquella controversia, pero vital en sus aportes, ha sido la de Mario Roberto Morales.
Sin embargo, llegados al 2016, ¿qué tenemos? No tengo una respuesta clara. Pero urge que la articulemos juntos. Para empezar, solo digo: Manolo, tenías razón. Mi punto era que no se podía hacer tabula rasa ni reconstruir la izquierda renunciando a la herencia de la Revolución de Octubre ni a la sangre de los mártires. Estoy seguro de que ese no era el sentido de su crítica, sino las prácticas verticales y los pensamientos del pasado que impiden construir algo.
Y si su posterior apoyo electoral a la UNE indicaba una vía, sería ya otro cantar.
Pero, más allá del debate intelectual, aquí y ahora hay un hervidero de iniciativas saludables que, creo, le dan la razón a quienes, como yo, siempre hemos sostenido que debemos organizamos y participar para la toma del poder, lo cual pasa por tener partidos políticos propios y por ganar alcaldías mediante elecciones, así como escaños en el Congreso, principalmente, y luego la presidencia.
Porque hoy en día no hay solución real a problemáticas cotidianas como la salud y el transporte público, entre otros. Y ya que sabemos que tenemos un Estado en ruinas (que así es como la oligarquía lo quiere tener para que la política no sea solución de nada y que el mercado solo beneficie a unos pocos), y ya que sabemos también que tenemos un gobierno que es más de lo mismo, para los mismos y sin identidad propia, no queda otro camino que organizarse.
Por eso saludamos las iniciativas que ya se han anunciado como partidos: Codeca, Movimiento Semilla, Somos (y supongo que Aníbal García estará también en lo mismo), etc. Ojalá que todos tengan éxito.
Y sea cual sea el rumbo que estas iniciativas adopten, deberíamos hacer un esfuerzo por realizar un foro nacional progresista con una metodología de Congreso (es decir, discutiendo ponencias y tesis), que se celebre en octubre de este año. Un Octubre revolucionario, diría Mario Payeras.
Así se lo planteamos mis compañeros de bancada —con quienes ya desarrollamos una estrecha unidad de propósitos— a un pequeño pero representativo grupo de gente que incluye desde un Juan Pensamiento Velasco hasta una Olinda Salguero, un Neftalí López y miembros de UsacEsPueblo, de la Coordinadora Estudiantil Universitaria de Guatemala (CEUG) y de Semilla, entre otros. Todos, a título personal, desde luego.
De veras creemos que este momento exige un equilibrio inestable de pequeñas fuerzas progresistas en función de Guatemala. Porque con pequeñas batallas de ideas, institucionales o culturales a favor de la democracia se forjan los valores. Por tanto, las diferencias de enfoque o de competencia política no deben dividirnos.
Sin que lo anterior signifique olvidar tal o cual ofensa, hay que reconocer que abundan entre nosotros la desconfianza y el prejuicio. A muchos yo mismo puedo caerles de la patada (por ejemplo), pero nuestra bancada ofrece una plataforma oficial y política en la cual los sectores más sensibles pueden confiar.
En la citada reunión dijimos que lo primero que deberíamos discutir los sectores de izquierda y progresistas son nuestros valores relativos a la democracia: si la aceptamos, la rechazamos o qué. Un segundo tema sugerido fue la de ensayar accionas conjuntas para contestar al proyecto oligárquico, que sí se ha sofisticado, pero también endurecido. Y un tercero —aunque eso no lo propusimos allí, pero resulta ineludible— es cuál modelo económico estamos ofreciendo para alcanzar el progreso y el desarrollo.
Porque las experiencias de revoluciones democráticas de Sudamérica, que tanto admiramos aquí, supieron llegar al poder y en algunos casos gestionar muy bien —pienso en Correa o en Evo—, pero en otros casos el fracaso ha sido rotundo, dado que el modelo y el estilo escogidos son de los años sesenta.
Nadie quiere de salir de las llamas para caer en las brasas.
El reto consiste, pues, en pensar ya cómo vamos gobernar este país, pero afincados en el pluralismo político y con responsabilidad económica. Así pues, demócratas y progresistas, pueblos y movimientos, juntémonos y discutamos tesis, pero no ya sigamos divididos. ¿Nos vemos en octubre?
Más de este autor