Para enmarcar esas posturas contrapuestas, la ciencia política emplea la idea de eje o continuo izquierda-derecha, que antes de convertirse en una metáfora del lenguaje político arrastró una historia de simbolismos, como lo afirma el connotado politólogo italiano Norberto Bobbio:
«El binomio derecha-izquierda tuvo una connotación de valor unívoca por el hecho de que uno de los dos términos, derecha, tiene una connotación siempre positiva, mientras que la del otro, la izquierda, siempre es negativa, y de que esta unidireccionalidad ha quedado en la mayor parte de los usos metafóricos del binomio, empezando por el lenguaje religioso, donde los buenos están sentados a la derecha y los malos a la izquierda del Padre» [1].
Hoy esa dicotomía ocupa un lugar importante en la disciplina y provoca debates universales. Al mismo tiempo, es un recurso muy útil contra el problema de que los ciudadanos estén, por lo general, imperfectamente informados sobre los asuntos políticos. Es, por decirlo de otra forma, un atajo.
Su aplicación al campo político surgió, dicen algunos, de la ubicación física de los constituyentes en la Convención Nacional durante la Revolución francesa, en la sesión del 21 de septiembre de 1792, cuando discutieron el derecho del veto por parte del rey [2]. Pero hay quien, como Philip Sagnac, estudioso de la Revolución francesa, sostiene que, ya «en la Francia del Ancien Régime, al reunirse los Estados Generales, el clero se coloca a la derecha del trono y la nobleza a la izquierda».
Algunas fuentes más antiguas [3] señalan que en la Inglaterra de mediados del siglo XVII, antes de que surgieran los partidos políticos encarnados por los whigs y los tories, en 1643, al reunirse el Parlamento, los miembros del ala radicalizada de los puritanos (roundheads) se sentaban a la izquierda del speaker y los conservadores (cavaliers) a la derecha.
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La mayoría de los historiadores modernos suscriben la versión relacionada con la Revolución francesa, que, más allá del lugar físico, casual o no, marcó posiciones radicalmente encontradas sobre la prevalencia del Antiguo Régimen: la derecha conservaba instituciones como la corona, signo de estabilidad y de orden, y el altar, la religión como base de la política; y la izquierda, en nombre de la soberanía popular, defendía el cambio o la ruptura (es decir, la revolución).
Ese orden simbólico avanzó hacía una ruta de concepciones modernas sobre el cambio y el debate entre conservadores del orden establecido y progresistas-revolucionarios desde las diferentes disciplinas de las ciencias sociales, como los análisis de antropología política sobre la jerarquía y la estratificación social, al igual que las perspectivas de la psicología y de la sociología, pero especialmente los marcos de categoría comparados que definen el rol del Estado en la asignación de valores sobre la privacidad, la libertad y la igualdad, así como en la economía.
Como señala el historiador y sociólogo Christopher Lasch en El paraíso en la tierra, la diferencia política entre derecha e izquierda está hoy reducida, en buena medida, a disensos tácticos sobre el modo de alcanzar objetivos morales equivalentes como el desarrollo social, el orden, el progreso económico y el bienestar. Para cada una de esas categorías se han trazado rutas que, contrapuestas, enmarcan los cuadrantes analíticos que hoy nos permiten generar un marco comprensivo de variables para clasificar según su ideología a los actores que buscan el poder político.
[1] Bobbio, N. (1995). Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política. Madrid: Taurus. Pág. 106.
[2] Sagnac, P. (1920). «La Révolution». Histoire de France 36, I (Lavisse, E.). París. Pág. 18.
[3] Lurker, M. (1992). El mensaje de los símbolos. Barcelona: Herder. Pág. 214. Cómparese con «Espacio» en Diccionario de símbolos (Cirlot, J. E., 1992). Barcelona: Labor. Págs. 191-192.
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