Ciudad planificada, ciudad veinte diez le llamaban desde los noventas a lo que debía ser la ciudad del futuro. O algo así. Como típico chapín, falto de memoria, no lo recuerdo exactamente. Lo que tenemos en cambio es una ciudad llena de florecitas y policías de tránsito. Y de esa misma camaradilla, el próximo alcalde. Ya veremos a quién le cae la chibolita en las próximas elecciones. Que como cada cuatro años, se ve lejano.
Es imposible no pensar en esos idílicos planes cuando uno intenta llegar a las cercanías de ese lugar. Vías estrechísimas. En lugar de aceras apenas hay bordillos y la gente debe caminar en la carretera misma. El camino serpentea por una de las áreas del mal. Las buenas conciencias eso aseguran, que por acá solo viven seres del mal o en su acepción chapina: mareros. Si esto fuera Vietnam y aún rociaran napalm, estoy seguro que este sería una de los lugares perfectos para ensayar puntería desde los helicópteros.
La vía está destrozada y se debe zigzaguear para evitar los cráteres seriales que el último invierno ha dejado. Apenas unas lluvias y sobreviene la catástrofe y con ello, nuevas oportunidades para alegres y oportunos financistas de campañas políticas, empresas de funcionarios públicos y toda suerte de arribistas en el aparato estatal.
Luego se llega a un poblado polvoriento. Pareciera oxidado. Me llama la atención una carreta pintada de anaranjado y decorada con las imágenes de una cabeza de res, una de cerdo y una gallina demasiada gorda. No puedo dejar de pensar en esas leyendas urbanas que hablan del origen de la carne que venden en estos puestos de comida que suelen abrir después de la caída del sol. Tacos a 3x10.
El día que pasé por esa ruta, una patrulla de policía daba jalón a un grupo de lugareños. Le hicieron el alto, paró y la palangana se llenó. Otro carro tapaba completamente el único espacio donde se podía transitar sin riesgo de arruinar el sistema de amortiguación de un pequeño carro. La señora que iba de copiloto, hablaba tranquilamente con otra que estaba sentada bajo un zaguán: –Bueno pues, nos vemos. Y pudimos seguir.
Lo que sigue son áreas boscosas de donde los lugareños extraen leña que luego transportan en raquíticas mulas o en pesadas bicicletas. Una curva pronunciada y como si se corriera un telón, aparece una escena particular. Pintas, piedras. Parales de una cerca desaparecida. Un rio de aguas servidas que corre despacio. Por eso, debe ser el mal olor. Un alambre espigado se sostiene del poste. Se arremolinan bolsas de plástico que parecieran jugar arrancacebollas o algo similar. Unos perros jiotosos olfatean. Tal vez buscan comida.
“SI A LA VIDA, NO A LA MINERÍA” dice una de las tantas pintas. Después de que el buen alcalde capitalino, siempre dispuesto él a debatir, pusiera el tema en su cuenta de Facebook y leer algunos comentarios, es de suponer que ya encontramos el origen de todos nuestros males.
Intento imaginarme el paso por esta ruta de unas cuantas decenas de camiones de carga custodiadas por otras tantas patrullas intentando llegar al final del camino. “Foco de resistencia minera” como les llamaba Prensa Libre en su portada del nueve de mayo. Foco de resistencia porque se toparon con un bloqueo. Foco de problemas, foco de inconformidad, focos que frenan el desarrollo del país. Focos y pintas.
Mejor evitarlas, como reveló un funcionario de la empresa propietaria de la minera. ¿Y cómo? Pues sencillo, con helicópteros. Sí, que así llevarían los materiales que no pudieron descargar los camiones aquella madrugada y que así sacarían los minerales extraídos. Brillante ¿no?
Mientras tanto, los habitantes de aquellos lares, seguirán arreglándoselas para transitar por esas vías olvidadas. Pedir jalón a patrullas cuando el transporte escasea, hacer pintas junto a ríos de aguas negras. Y que los llamen focos de resistencia. Tal vez la siguiente noticia relacionada, la titulen como: “Foco apagado”. De la misma manera que titularon lo de Barillas: “La reconquista”. Para ser coherentes. Digo.
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