Hace casi año y medio escribí acerca de las primeras medidas anunciadas por el presidente Giammattei ante la pandemia de la covid-19. En ese entonces percibí alguna coherencia discursiva y, como otras personas, estaba dispuesto a darle el beneficio de la duda a un equipo de gobierno que estaba lidiando con una crisis inédita en nuestra historia moderna.
Tristemente, desde marzo de 2020 hemos asistido a un vertiginoso y justificado deterioro de la legitimidad presidencial. Hemos descubierto que la integración del equipo de gobierno era más de lo mismo, pero peor, porque le tocó una crisis que demandaba no solo compromiso y honestidad que no ha demostrado, sino también capacidad de gestión y algunas inteligencias que el presidente y su equipo no evidencian, especialmente en el campo de la comunicación.
Estamos en el peor momento de la pandemia por muertes, por enfermedad grave y por privación de servicios médicos por saturación hospitalaria, y en lugar de un estadista tenemos a alguien que nos ofrece un espectáculo puerilmente religioso, predecible, patriarcal, racista e inconsistente: una triste representación de quien se cree dueño de un puesto público y solo alcanza a distinguir a sus incondicionales, mientras que el resto podemos llegar a ser sus enemigos, por lo que merecemos ser disciplinados por no ser obedientes a él y a sus patrones.
Lo peor que podíamos esperar de Giammattei y de su equipo ocurrió no solo porque han sido incompetentes, sino también porque han profundizado la operación criminal de destruir la institucionalidad. Y no me queda duda de que los negocios sucios los obligan a cualquier cosa para tratar de evitar la cárcel en los próximos años.
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A estas alturas nos pueden ofrecer otro contrato de vacunas o reabrir las escuelas, pueden tratar de manipularnos con discursos antiderechos o con campañas contra la desnutrición, pero ya sabemos que la suerte está echada. No hay forma de redimir una administración con una cabeza errática e irascible, que quiere recetarnos catafixias para hacernos creer que todavía hay algo rescatable en su equipo.
Y digo lo anterior porque el presidente de un país pobre pudo haberle explicado a la gente que estamos mal, que no hay camas en los hospitales, que hay problemas para adquirir vacunas y que se cometieron errores. Pudo haberle advertido a la gente que los contagios iban a aumentar porque no se podían tomar algunas medidas extremas. Pero no. La decisión fue presentarnos la gestión actual como una sucesión de éxitos, una fantasía bastante estúpida porque la gente sigue muriendo por falta de servicios de salud y por la ausencia de vacunas.
Justamente, el cinismo en tratar de engañarnos me deja sin dudas acerca de la incapacidad del presidente y de su equipo. Asimismo, su proclividad a la violencia, de la cual ya teníamos conocimiento, también es evidente, como su vocación antidemocrática. Por eso no creo que esta administración atienda algunas demandas populares sin una intensa y sostenida presión social que ojalá trascienda el modelo agotado de protesta placera de los sábados. En ese sentido, los movimientos campesinos nos marcan la ruta a seguir.
Finalmente, esta situación debemos seguir agradeciéndosela a la cúpula empresarial, que ha financiado a cada gobierno electo y que ha patrocinado también actos de violencia y crímenes gravísimos cuando creyeron que sus deseos no se iban a concretar. Al Cacif, como cara visible de la élite depredadora, debemos también pedirle cuentas por las lacras que gobiernan el país. El Cacif también ha jugado a ofrecernos catafixias entre sus ungidos y ya preparan el siguiente relevo para que todo siga igual y sus privilegios se extiendan en el tiempo.
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