Para cada opción escueta en el menú de traición financiera griega —restructuración suave, incumplimiento de pago, salida de eurozona— existen narrativas posibles que salen de las páginas de Excel en Bruselas como aves oscuras y voraces para englobar millones de vidas, conllevando contagios menos obvios y mucho más longevos que el efecto sobre el balance de un banco en París.
Dada la extrema importancia de Alemania en la toma de decisiones sobre el rescate de Grecia, es curioso pensar de nuevo en el comentario del filósofo Martin Heidegger, que opinó que, gracias a Aristóteles, toda la metafísica de la civilización occidental se había construido sobre el mal entendimiento del verbo ser. Por cierto, Heidegger veneraba los antiguos griegos mientras que despotricaba sus efectos sobre el dinamismo, descubrimiento y presencia de la existencia; así es la vida a veces.
Pero en el caso actual, el error de interpretación y entendimiento cae en el lado alemán. Al igual que en el caso argentino en los fatídicos meses del final de 2001, existe una extraña miopía alrededor del concepto de salud económica. Claro que los economistas del Banco Central Europeo, del FMI y del Ministerio de Finanzas alemán entienden perfectamente que una economía nacional no puede constreñirse de la manera sanguinaria que promete el nuevo plan de austeridad, aprobado en el medio de un caos urbano en Atenas la semana pasada. El plan en cuestión alza impuestos sin pudor (nuevo IVA de 23 por ciento en bares), echará todos los funcionarios público con contratos temporarios y empezará un proceso de privatización tan rápido y masivo que si no se corrompe en el medio será un milagro filantrópico por parte de las élites griegas.
Dicho esto, no quisiera liberar a los griegos de su parte de la culpa: el país tienen un coctel, seductor aunque nocivo, de bienestar occidental, impuestos americanos y clientelismo subsahariano. Sin embargo, la forma en que los cerebros de economistas híper-calificados logran desentender las necesidades de crecimiento y empleo de una economía en coma profundo, como la griega, es curiosa. Es como si actuaran bajo la influencia de unos órdenes morales —que los griegos sufran, que paguen, que corten— que su profesión no reconoce como medidas razonables. O que su capacidad de análisis se apaga frente a la alta complejidad de la situación, un poco como ese viejo truco inventado para causar cortocircuitos inflamables en un robot: que diga “soy un mentiroso”.
Mientras Aristóteles tuvo que esperar más de dos milenios antes de que su confusión fuera supuestamente corregida por un hombre que amó a una judía y se convirtió en nazi, la corrección a los errores de los economistas no vendrá de Bruselas, ni de los partidos políticos griegos. La única fuente posible, hoy en día, es la calle. Y no será la calle retratada por los medios audiovisuales, llena de gas lacrimógeno y anarquistas encapuchadas, una orgía de emoción primitiva, sino el agora frágil que se ha creado en el medio de las olas europeas de destrucción económica.
Al principio, dudaba mucho de la calidad de las manifestaciones de Puerta de Sol en Madrid, pero algo es innegable: lograron que el primer ministro Zapatero adoptara medidas perfectamente razonables a favor de los endeudados, víctimas prioritarios del boom inmobiliario de España. Si Grecia un día es obligada a salir de la eurozona, serán los movimientos de base social los que brindarán al país los mecanismos de supervivencia y confianza mutua mientras que la nueva moneda nacional se imprime.
La irracionalidad en Guatemala, por supuesto, tiene otra cara. Como dice el periodista Ed Vulliamy en una columna magnífica para The Guardian en Inglaterra, la violencia del crimen organizado, en este caso del norte de México, se deriva de una falta de motivaciones, o mejor dicho, de motivaciones que se han dirigido hacia la extrema superficialidad del consumo materialista: “hay una correlación”, dice Vulliamy, “entre la falta de causas en la guerra de México y su salvajismo. La crueldad que existe es parte misma del nihilismo”.
En México, y en otras partes del hemisferio, han empezado los movimientos de base opuestos al teatro de violencia y sus atrocidades cotidianas. La forma en que despliegan su resistencia pacífica en contextos de extrema violencia será un tema de enorme transcendencia en los años que vienen. También lo será la diferencia entre corregir el mal entendimiento, al estilo de Heidegger, o recrear la capacidad de razonar donde ha sido arrasada.
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