Indignarnos no sirve de mucho porque ella ya está muerta. Estaba jugando en el patio de su casa, en un lugar que debería ser seguro, pero no. Ningún lugar es seguro para las mujeres en Guatemala. Dentro de sus casas pueden sufrir violaciones, agresiones violentas de todo tipo, y encima deben enfrentar la presión de una sociedad violenta, religiosa, patriarcal y racista que las conmina a ser obedientes, a asumir que la culpa de la violencia siempre es de ellas, no de los violadores o asesinos.
En la calle, las cosas se ponen peor. Y si las mujeres rechazan los mandatos a la obediencia, sus muertes no son más que datos para las estadísticas. Si tienen que sobrevivir en la prostitución, no merecen siquiera una investigación criminal cuando son asesinadas. Son desechables, y, de nuevo, la culpa es de ellas por lo que son, y no de la sociedad, que no es capaz de ofrecerles una vida digna.
Es muy difícil usar el nombre de Sharon, una de las víctimas más recientes, una niña, pero su nombre puede ayudarnos a enfrentar con empatía un problema terrible de nivel social. Tal vez usted se está preguntando cómo proteger a su hija, a su sobrina, a su hermana o a su mamá. Me ocurre lo mismo, pero la solución no es individualizar el riesgo. Por el contrario, el riesgo en este caso es multidimensional. Es individual, pero al mismo tiempo colectivo. Es un riesgo que debe gestionarse desde el seno del hogar hasta las más altas esferas, donde se escriben las políticas públicas.
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Desgraciadamente, al individualizar el riesgo de que ocurran hechos de violencia contra niñas, adolescentes y mujeres, perdemos el sentido de que ese problema jamás se va a resolver con cursos de defensa personal, y mucho menos a través de la magia. Porque eso es lo que la gente practica cuando se pone a orar o a rezar pidiéndole protección a un dios que no está allí cuando en realidad debemos exigirle al Estado que proteja a las personas en general. Pero, en particular, necesitamos un Estado que proteja a las niñas, a las adolescentes y a las mujeres, con énfasis por décadas, hasta que vayamos superando una crianza tolerante con la violencia, que usa la violación como chiste y que es condescendiente con el hombre que golpea y grita, con el que trata mal a las putas, con el que se siente orgulloso de imponerse por la fuerza.
La violencia contra las mujeres en todas sus formas es algo que construimos como sociedad y que no se puede acabar sin educación integral en sexualidad para hombres y mujeres, niños y niñas. Desde la infancia debemos entender que las mujeres no se golpean, no se violan, que no es chiste tocar sin consentimiento y que tiene que haber un Estado que deduzca responsabilidades.
Del mismo modo, es imprescindible un Estado que controle territorio y población con estrategias de seguridad democrática, con personal bien entrenado para que transitemos 20 o 30 años extirpando las ideas violentas y garantizando que los actos tengan consecuencias.
Ese Estado no existe. Está tomado por mafias. Ese Estado, además, es caro porque tenemos que pagar más impuestos para salvar vidas, para salvar el ambiente, la educación y la salud. Dicho sea de paso, ya saben quienes se oponen a que exista ese Estado laico y democrático. Esos hombres y algunas mujeres se embarran de religión y de hipocresía y se coluden consciente o inconscientemente con quienes tienen capturado el poder.
No hace falta ir muy lejos para encontrar países donde las mujeres no sufren los niveles de violencia existentes en Guatemala. Esos lugares tienen educación, seguridad democrática, y respetando las religiones, en ellos no se gobierna apelando a la magia.
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