Digo mini porque dado lo poco que a la gente le importa, la poca gente a quien le importa aunque sea ese poco y lo poco que dura en Guatemala cualquier controversia (y pseudocontroversia), pues aquí toda discusión resulta mini, incluyendo la que genera una propuesta de reformas a la Constitución que fue mini-elaborada por algún mini-grupo que la mini-consensuó. Gajes del oficio, supongo, en esta nuestra patética mini-democracia de a mentirotas, que esas para nada son minis.
Yo no voy al FU LU SHO. El lugar por fuera me parece chilero pero, para ser honesto, la única vez que fui ni bien había terminado de tragarme el último fideo del chó-mín cuando ya las tripas me burbujeaban anunciando la noche que efectivamente pasé sentado en el inodoro. Desde entonces, procuro pasar del otro lado de la banqueta, porque hasta el ocasional olorsete a grasa vieja de guan-tan me descompone. Por lo tanto, no voy a hacer una hipócrita defensa golpedepechosa del FU LU SHO, como algunos otros cuates que andan ofuscados por la noticia, pero que ni por asomo entran a comerse un arroz frito con pollito misteriosamente ligoso. Lo que sí sé, es que reducir la noción del FU LU SHO a simple comida es un error, al menos si uno quiere tener el panorama completo antes de formarse una opinión. Es un error, porque con chorrillo o sin chorrillo, el lugar tiene una historia muchísimo más profunda que lo que sus 56 años normalmente implicarían y es, por tanto, un hito no solo geográfico sino cultural. El miércoles recién pasado, en su columna, Dina Fernández describía al FU LU SHO como “un lugar emblemático para la izquierda revolucionaria, intelectuales, artistas y personajes legendarios de los años sesenta y setenta”. Maurice Echeverría, allá por 2007 celebraba el mezzanine como el lugar “en donde en otros tiempos se dieron punzantes complots revolucionarios, y también allí reconcentrados escritores redactaron sus cositas, que a veces hasta fueron publicadas.” En ese año, hace apenas un lustro, el lugar fue elegido como uno de los “10 puntos de identidad citadina” dentro del marco del X Festival del Centro Histórico. ¿No tiene eso valor alguno acaso? Negarlo sería reconocer lo pajero y fugaz de un reconocimiento de ese tipo, cosa que dudo le convenga a la Municipalidad, que si algo se toma en serio –además de fingir transparencia al tiempo que niega acceso a su información– son este tipo de cosas.
En fin, si alguien quiere gritar y patalear por el FU LU SHO, adelante, que vaya si nos hacen falta causas, por pequeñas que sean, que medio saquen a la mara de su perenne letargo de apatía. Pero, por mi parte, otra cosa que pienso como error es reducir este caso a la sola existencia del FU LU SHO y no ver el asunto del incremento en la renta del lugar como parte de un posible problema más grande, uno que ya nos temíamos desde que hace dos años comenzara el actual “remozamiento” de la Sexta: una política tácita de des-shumización y “refinamiento” para atraer negocios caqueros a una avenida que, más que para el esparcimiento eventual, tiene la principal función de servir de paso diario obligado a miles de capitalinos de todos los estratos sociales pero, sobre todo, a gente de a pie, sin vehículo propio y con recursos económicos bastante limitados. La mayor parte de personas que transitan cotidianamente por la sexta son esas que vienen o van hacia los malditos buses destartalados que requieren dislocarse los huesos, cual rata, para entrar en ellos y llegar a casa sin pagar el 500% adicional al precio máximo legal.
La Sexta es de todos, mía, suya, nuestra, pero por lo mismo debe permanecer con opciones abiertas al público que efectivamente la vive. Que haya sushi, vaya, si es que por fin lo ponen, pero que no por el sushi nos quiten la pizza en bolsitas, los churros, las dobladas o los franceses de la Berna. Esto no se trata de una simplona discusión mercantilista de “si no pueden pagar la renta que se vayan” o “que sobreviva el negocio más fuerte”, tal cual no debería tampoco reducirse la discusión nacional a “que coma el que pueda”, “que se cure el que se pueda comprar medicina” o “que trabajen por el sueldo que sea”, como poco a poco nos han convencido. ¿Quién sí tiene acceso a comprarse un edificio en la Sexta, pues? ¿Y dadas las cosas, cuál será, en el imaginario de un posible nuevo dueño, el perfil del cliente que busca? ¿El del Café Saúl o el de la Despensa Familiar? Yo sí creo que es algo en lo que debemos pensar, no necesariamente para encontrar respuestas inmediatas, pero al menos sí para que las preguntas existan. No permitamos que se vacíe de contenido la discusión limitándola solo al FU LU SHO –aunque ese sea el génesis de la actual discusión– como pasó con las críticas a la campaña de GUATEMORFOSIS que de denunciar estrategias de manipulación de masas fue reducida a “me gusta/me disgusta Arjona”. Que no nos hagan sho con lo del FU LU SHO, que no nos hagan sho con la Sexta. Que no nos hagan sho con pedirle cuentas a Arzú. Que no nos hagan sho con nada.
* http://www.elperiodico.com.gt/es/20120716/pais/215092/
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