En este sentido, los revolucionarios socialistas del siglo XIX y XX no se equivocaron al creer que la superación del capitalismo dependía de la construcción de un nuevo tipo de Estado. Lamentablemente, en lo que si se equivocaron es en el tipo de Estado que promovieron: regímenes autoritarios. Por lo tanto, y para evitar las tentaciones autoritarias socialistas, no debemos olvidar una lección que nos dejan las democracias capitalistas: basar la convivencia social en el establecimiento y respeto de normas jurídicas que expresan nuestro deseo de ser libres y ser tratados con igualdad, en consonancia con nuestra dignidad como seres humanos.
Sin embargo, es claro que la democracia capitalista tiene limitaciones que hay que superar para permitirle a la humanidad seguir su camino hacia más libertad. Por ello, el primer gran paso de la transformación política es construir un Estado democrático blindado frente al poder económico, de tal manera que el poder económico deje de ser el poder político hegemónico en los países democráticos.
En la actualidad, separar la democracia del poder económico es la principal reivindicación que levantan las protestas sociales mundiales, desde los Indignados en España hasta los Ocupantes de Wall Street (pasando por el movimiento de estudiantes chilenos y el movimiento projusticia social de Israel). Estas protestas demandan un fortalecimiento del poder público frente al mercado, y una emancipación de la política frente al poder económico. Por eso, el nuevo Estado democrático ciudadano ha dejado de ser un concepto académico, para convertirse en una demanda política cuyo momento histórico ha llegado.
Sin embargo, separar el poder económico del político no será tarea fácil. Sobre todo, porque estamos hablando de un proceso que debe desarrollarse sin generar violencia (tal y como lo entienden perfectamente los movimientos de protesta social globales). En pocas palabras, se trata de transformar las democracias capitalistas existentes (donde el poder económico subyuga al poder político) en democracias ciudadanas (donde el poder político es autónomo y prevalece por encima del poder económico), utilizando para ello los canales que ofrece la democracia: libertad de organización, libertad de expresión y de información, y el derecho a manifestarse y protestar pacíficamente.
En la práctica, se trata de rescatar la tradición de los movimientos de resistencia pacífica y lucha política de la segunda mitad del siglo XX, impulsados por líderes de talla mundial como Nelson Mandela, Martín Luther King y Mahatma Gandhi. Todos ellos se aprovecharon de los principios de la legalidad generados por un marco democrático limitado, para desde allí impulsar transformaciones políticas profundas que permitieron construir sociedades y Estados más libres y justos.
La gran transformación política que nos conducirá hacia democracias más profundas será un proceso dialéctico y por lo mismo lleno de contradicciones, estancamientos y retrocesos. Pero es un camino progresivamente positivo que nos acercará hacia formas de convivencia social más respetuosas de la humanidad y de la naturaleza. Y así, guardando distancia de la democracia capitalista y de los autoritarismos de inspiración socialista del siglo XX, es posible que nos aventuremos en este siglo XXI hacia un nuevo paso del desarrollo humano: la sociedad poscapitalista generada desde la democracia ciudadana.
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