Somos paradojas caminantes, los capitalinos: vivas contradicciones, vivos yin-yangs con lado negro y punto blanco y lado blanco y punto negro. Somos lo que no queremos ser y no queremos ser lo que somos, en su mayoría… pero igual seguimos siendo. Somos una constante queja y una constante celebración. Somos una excusa para la tardanza, pero también un reclamo por la impuntualidad. Somos hermosos arriates jardinizados y somos pavorosos agujeros gigantes en el suelo que se tragan casas enteras. Somos coraje y somos miedo. Somos un chiste reciclado de Velorio y una frase hablada a medias en inglés. Somos un “no sea coche” y somos un basurero maloliente. Somos quienes llenan el Parque Central en domingo y quienes no bajan más allá de Oakland Mall. Somos una valla carísima y somos una pinta peleonera en la pared. A veces somos calles con baches en medio y a veces somos baches con calle alrededor; somos ciclovías interrumpidas por transeúntes.
Somos quien va a misa por la Virgen de la Asunción y somos quien solo llega a la feria de Jocotenango a chingar y a comer. Somos quien se queja por el tráfico y quien goza sin reparar en ello. Somos la feria en sí y también somos cada una de sus partes. Somos cada color chillante en la feria: colores de gente, colores de comida, colores de carros, de juegos, de luces. Somos la canción pop en una radio lejana y esa rola grupera que suena al dar en el blanco con el rifle de balines. Somos el que llega en carro propio, somos el que llega en taxi y somos, también, el que llega en camioneta pagando el doble del precio normal con tal de llegar, por ser día de feriado. Somos el patojo con piercing nuevo que no piensa sino en su propio presente y el viejito encorvado que no sabemos en qué piensa ya. Somos ira y somos ternura. Somos constante olvido y constante preocupación. Somos zapatos nuevos y somos suelas embarradas de lodo. Somos la familia urgida de ingresos y somos la familia urgida de recreación; por tanto, somos quien pone un puesto en la feria y somos quien disfruta los juguetes colgantes que serán orgullosamente ganados como premio.
Somos gritos, somos carcajadas. Somos trabajadores encorbatados y somos la señora de la abarrotería y el chiclero del parque. Somos un cubilete con receta gringa y somos un bombón relleno de chicle con envoltorio brillante. Somos una cajetilla entera, pero también un cigarro suelto. Y somos un porro, además. Somos quien canta la lotería y somos el frijolito que promete ganar (y que a veces miente). Somos la madre consciente del presupuesto y somos el güiro que quiere que de todo le compren. Somos la tortilla con carne de dudosa proveniencia y su no obstante exquisito aroma que hace babear. Somos el “shuco” de carreta; somos esa salchicha de color rojizo en cuyo origen preferimos no pensar. Somos el señor que cobra veinte quetzales por “cuidar” los carros parqueados en la calle y somos quien le alega por ello y también somos aquel que paga rezongando.
Somos las canillitas de leche claritas y las canillitas de leche morenas. Somos el azúcar de un dulce de tamarindo y somos también su acidez. Somos una olla enorme de hojalata, repleta de elotes humeantes, pero sobre todo somos esos elotes ya vueltos locos. Eso somos y así, hoy, nos abrazo, porque somos esta ciudad. Nos abrazo porque, con todo –y no a pesar de todo- nos amo y nos deseo un mejor lugar: uno que no esconda lo feo bajo la alfombra. Mientras tanto, vamos a la feria y descubramos y disfrutemos todo esto que inevitablemente somos, para luego pensar en todo eso tal vez mejor que quizá podamos llegar a ser.
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