Pienso en los días de elecciones por ejemplo. Todos creyendo que así, el país avanza. También ese día, había quienes pensaban así, la mayoría.
Soy pesimista o más bien, un tipo sin muchas expectativas. Esa fue la mejor lección que me dejó una amiga que se largó “al otro lado del charco”. Con la firme decisión de no volver nunca más, decidida a pasar sus días por mejores lares. No la culpo, a mí me falta valor.
El caso es que ese día estuve esperando que fueran las cinco, y como ...
Pienso en los días de elecciones por ejemplo. Todos creyendo que así, el país avanza. También ese día, había quienes pensaban así, la mayoría.
Soy pesimista o más bien, un tipo sin muchas expectativas. Esa fue la mejor lección que me dejó una amiga que se largó “al otro lado del charco”. Con la firme decisión de no volver nunca más, decidida a pasar sus días por mejores lares. No la culpo, a mí me falta valor.
El caso es que ese día estuve esperando que fueran las cinco, y como nunca, salí de la oficina a la hora en punto, al mejor estilo de los obreros. Aunque no es la primera vez debe ser por eso que a veces siento que me recriminan que me falta pasión.
Los agentes de seguridad no pueden abandonar su puesto. Si lo hacen, también los acusan de no hacer bien su trabajo y piden su cambio. Con eso de que es una necesidad que se suple llamando a una agencia. Con tal de aminorar los costos, se entiende. Hay uno en el lugar de trabajo que tiene apodo de cantante de música pop. No será el único. Desde la otra acera, he visto a un tipo tirarle piedras con una honda. Él acostumbrado a ser paciente, resiste. Es de los pocos agentes de seguridad que a diario veo sonreír.
Pero esa tarde noche, todos sonreían. Todos sonreíamos, no era el acostumbrado caldo de jetas lo que vi por las calles. Se siente extraño. El agente, desde el puesto asignado, levantaba su celular. Guardará para sí o pasa sus hijos que vivirán en algún lugar refundido en las periferias de esta ciudad o en algún rincón, de esos que a los citadinos nos parece un grandioso paisaje; el momento en que frente a él pasó un bus de dos pisos y sin techo.
No creo que haya reparado en que la letra inicial de la palabra que debería significar algo para nosotros los habitantes de este espacio geográfico, iba escrito con la misma caligrafía de esa otra palabra que sí tiene significados profundos para la mayoría de habitantes de este mal país. Para él, guardar el momento en la limitada memoria de su teléfono desechable, lo era todo.
Que el país es un desastre, por supuesto. Él lo experimenta en carne propia todos los días, en extenuantes turnos de 24 por 24. Por un momento sonreía como todos en la calle. La algarabía le pasó frente a los ojos y no podía desaprovecharla.
Algunas cuadras más adelante, los rostros visibles de una asociación gremial que conforma la gran patronal de este país, de los que salen en las noticias leyendo comunicados que a algunos nos parecen cavernarios pero que en la práctica, son definitivos, también levantaban sus celulares. Bebían en copas de vidrio lo que parece ser vino. Y también sonreían.
Hay días en los que a mí me da por pensar que no debería ser difícil, que tanto el guardia como el patrón, pudieran estar juntos levantando sus celulares. Sonriendo y compartiendo en la misma fila. Sí, a veces me da por creer neciamente en “sueños comunistas”. Irresponsable que soy. Las cosas que me hace imaginar ver a la gente tan alegre por las calles de esta casi siempre, amargada y melancólica ciudad. Tal vez también ese día, haya sido solo un espejismo. Y no es que no importe, pero prefiero quedarme con las caras alegres y rebosantes de felicidad, que eso también alimenta.
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