Quienes defienden a los taxistas aduciendo que existe una competencia desleal por parte de Uber no se confunden, no mienten. Sin embargo, su enfoque —y el de los mismos taxistas que les bloquean la vida a los ciudadanos que necesitan moverse— está patas arriba. Me explico. Aunque es innegable que los taxis sufren un grado de burocracia de la cual están exentos los uberistas, también es cierto que esa misma falta de burocracia se traduce en un servicio más rápido, seguro y barato para quienes terminamos financiando a unos y otros, nosotros, los consumidores de servicios de transporte privado.
¿Vamos a clamar por un ecosistema de competencia leal? Bien. Pero, si vamos a exigir una competencia en igualdad de condiciones, pidamos que se elimine el cáncer de la excesiva burocracia que afecta (e infecta) a los servicios de taxi, y no que se burocraticen los servicios de Uber. Hay que ser muy sumisos para dispararnos así en el pie. Los requisitos burocráticos y las altas cargas fiscales impuestas a los servicios que tienen naturaleza pública, aunque sean formalmente privados, hacen que los proveedores de esos servicios trasladen todos sus inconvenientes al consumidor final: a usted.
La competencia leal es importante, pero debe ser no solo leal, sino justa. Una competencia leal —entre los taxistas y los uberistas— y justa —en relación con el consumidor— solo puede desembocar en un mayor bienestar general: menos inseguridad, menos improvisación, mejores precios, más eficiencia. Mayor calidad de vida, en fin, para todos por igual. Los taxistas ganan más, los uberistas siguen siendo competitivos y todos nosotros tenemos más opciones confortables. Y, de paso, los seres inmundos que nos gobiernan tienen menos de dónde robar.
Y eso, en conjunto, significa algo que tanto le gusta al establishment: seguridad jurídica y un ambiente propicio para la inversión.
[frasepzp1]
Entonces, recapitulando, en lugar de pedir más trabas para todos, pidamos menos trabas para todos de tal suerte que seamos nosotros los beneficiados, y no el Gobierno corrupto (o el propietario abusivo) el que acumule impuestos desproporcionados o réditos inmerecidos a costa de nuestro trabajo, nuestra capacidad de ahorro y nuestro poder adquisitivo y a cambio de un servicio de transporte lento, caro, inseguro e incierto.
Es fácil verlo, pero pocos lo ven, pues a pocos les gusta pensar. Pareciera que nos gusta estar esclavizados, además de gravitar incansablemente hacia el todo o nada o el buenos contra malos.
Quisiera terminar esta pequeña idea con un llamado de atención a los taxistas, quienes (en términos más o menos generales, ya que siempre hay excepciones dignas) se ocupan más en bloquear, exigir y protestar por un trato desigual y mucho menos en ofrecer un servicio igual. Dudo que haya un solo lector de este artículo, que no sea parte del gremio de taxistas, que prefiera utilizar un taxi sobre un Uber. ¿No será que ustedes tienen al menos algo que ver con el rechazo que reciben en un contexto de mercado (medio) libre? ¿O nos van a decir que operaban absueltos de toda queja y de todo problema antes de la venida del Uber?
Para pensarlo.
Y que conste que no promuevo la desregulación completa de los Uber o los taxis a lo neoliberal, pues ello suele resultar en perjuicios para el consumidor desprotegido. Deben existir, naturalmente, los seguros y permisos necesarios para garantizar los derechos del usuario, pero se deben evitar aquellas regulaciones que solo entorpecen el emprendimiento. En el ínterin, en tanto no se dilucide el triangulo amoroso entre los taxis, los Uber y la burocracia, yo seguiré pidiendo Uber porque es mejor para mí. Y no me siento mal por ello.
Más de este autor