Tampoco hay luces de colores, ¿y cómo podría haberlas si la energía es un lujo? Ni qué hablar de los abrigos, la fatigosa Mallmanía y las fastidiosas ráfagas publicitarias. La única alusión a la Navidad la escuché por radio hace un par de días: “Santa Claus is coming tonight…” ; “This is a cold, cold Christmas”…; ” Frosty the snow man…”. Eché un vistazo a mi alrededor y apareció esa sonrisa cáustica que se me está haciendo costumbre.
Me es difícil distinguir enero de marzo, junio de diciembre, un lunes de un sábado. Dejé de preocuparme por el calendario, por las horas y sus estresantes minutos. El mundo se me hizo plano y el sentido de tiempo dejó de serlo. Estoy situada en un hoyo negro y su particular horizonte de sucesos.
Haiti Cherie, sublime experiencia de bifrontismo, generosa fuente de preguntas y sabia orientadora de respuestas. Quién iba a decirme que luego de este tránsito de cuarenta y tantos años, era en este país averiado –como le llamas en la última carta- que yo iba a experimentar el sentido de la Navidad con absoluto frenesí. Te preguntarás por qué.
Navidad, viene del latín “Nativitate” que significa: Nati=nacimiento; Vita=de la vida; Te= para ti.
Es decir, Nacimiento de la Vida para Ti.
Nací y fui formada en el catolicismo y aunque a decir de mi familia soy una “piruja” sin más remedio que el de la esperanza que aun alberga el corazón de mi madre, he desarrollado una profunda y personal espiritualidad.
Bendito Silencio, bendita Soledad, bendita Escasez, bendita Sencillez, Bendita la Música, benditos los besos de esos Angelitos Negros que me restablecen las fuerzas, la paciencia y la esperanza. Benditos esos bracitos menudos que me envuelven no el cuello sino el alma. Bendito el momento cuando vi a aquella mujer adulta escribir su nombre por primera vez en la pizarra, y a Marianne estrenar su primera prótesis. ¡Cuántos nacimientos! ¡Cuántas Navidades! Soy feliz. Me siento retribuida por la cosecha de este extenso retiro. Soy definitivamente una mujer nueva.
En Haití, la festividad de Tonton Noel es modesta y sin más referentes que los que la fe provee. En muchos sentidos me parece más genuina que la tramoyista fantasía occidental que sume a muchos en la depresión o bien les genera una perturbadora resaca económica y moral que sólo se cura con un cocktail de créditos, préstamos y empeños, o intensas sesiones psicoterapéuticas, para subsanar las pérdidas familiares o laborales.
Absurdo me resulta el aturdimiento de las fiestas bullangueras, los atracones desbocados, el amor medido en precios y la obsesión ingenua por las ofertas. Personas compitiendo por la mejor decoración o iluminación cuando su morada interior está en ruinas y en tinieblas.
Qué razón tienes Ramón cuando me dices que precisamos de cálculos, medidas, pausas, festejos, planes, sueños, mascaradas y calendas, para dar constancia de nuestro paso por el tiempo. Aunque también reconozco que esas pausas se están volviendo imprescindibles en el permanente y enajenante atolondramiento de nuestras vidas. Los momentos de quietud se están tornando, también, en un deseo fallido y con ello la posibilidad de alcanzar esa trascendencia ascendente de la que conversaba Aldous Huxley.
¡Qué pérdida de tiempo dejarse seducir por la parafernalia, las apariencias y la diosa fortuna, Emperatrix Mundi!
En cambio, ¡Qué sabia y bella sensación es la de dejarse seducir por el silencio y la reinvención de las relaciones humanas cálidas y sinceras!
Por mi parte me despido coreando esta canción:
“En un pueblo cualquiera de este mundo
Un niño está sufriendo en este instante
Está tan indefenso como Dios
Cuando sufrió el destierro y el desaire
En un pueblo cualquiera de este mundo
En el llanto de un niño, llora Dios nuestros males
También Dios fue niño…”
Un abrazo renovado,
Carmen
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