No se puede imaginar a la ciudad de Quetzaltenango sin su herencia k´iche´que habita cotidianamente, como un domingo cualquiera en su parque neoclásico en el que se pasean mujeres que visten la indumentaria que hace referencia a nuestra conexión con el universo, libros complejos que son el resumen no sólo de una tradición, sino de un proceso científico y filosófico que proponen procesos de conocimiento que han sabido recrearse a pesar del duro golpe del colonialismo.
Una ciudad que ha visto nacer mentes prodigiosas que han alumbrado a la humanidad, entre ellos, Jesús Castillo o Carlos Mérida, que ante la falta de oportunidades decidieron abandonar Xelajú para establecerse en otras realidades en las que su genio y visión tuvieron todas las posibilidades de expandirse. Eso de que nadie es profeta en su propia tierra, es acá muy certero.
Además de ellos, este territorio de montañas, volcanes y cielos profundos ha visto nacer a gente virtuosa cuyo legado ha sido fundamental para poder resistir, pienso en Adrián Inés Chávez, Carlos Navarrete, Carlo Marco Castillo, Alfredo García, Vicenta Laparra, Guadalupe Sum, Domingo Bethancourth, Julio Serrano, Carmen Lucía Alvarado, Daniel Matul Morales, Vania Vargas, Jacobo Árbenz, Martín Díaz, Irma Alicia Velásquez, Pablo Ramirez y un enorme listado de pensadoras y pensadores que con su visión y sensibilidad han dado formas distintas de entender la realidad. Muchas y muchos de ellos tuvieron que irse de esta ciudad a falta de oportunidades y del desinterés de una sociedad inmersa en un sueño profundo.
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En la semana que recién concluyó, Quetzaltenango perdió a uno de sus más grandes pensadores, el maestro Mario Aníbal González, intelectual que deja una huella profunda en la memoria y en el conocimiento del país, fundador del Centro Universitario de Occidente, economista y un crítico de alto calibre que hasta el último momento dio múltiples aportes para una mejor Guatemala. Nunca olvidaré una plática extensa que junto al poeta e intelectual Raúl Toscano tuvimos en una soleada tarde de abril hace algunos años.
Las personas intelectuales poseen un valor incalculable no por la acumulación de conocimiento sino por la forma en que utilizan el mismo para pensar en una mejor comunidad. Al menos así debería ser. En este momento tan complicado para la democracia guatemalteca, es casi una obligación retomar las ideas de personas como el maestro Mario Aníbal y otras y otros que, a través del conocimiento, plantean formas de resistencia y renovación.
Que el legado del maestro González sea honrado a través de la lectura y la puesta en práctica de sus ideas, que suenen las veces que sean necesarias las Tristezas Quetzaltecas.
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