Ha visto cómo el derecho a la salud se ha garantizado desde 2005 en Patzité, su comunidad en Sololá. «Patzité tiene derecho a la salud», concluye. Esa es la propuesta del Modelo Incluyente de Salud (MIS), un esfuerzo de muchos y muchas que han trabajado en él desde hace décadas y que hoy se ha convertido en política pública de largo aliento en el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS).
Desde principios de los años 1990, un grupo de jóvenes salubristas (aún estudiantes muchos de ellos) han venido pensando en cómo brindarle al sistema nacional de salud una dignidad negada por el Estado al restringirse el bienestar, en una sociedad plural, a una sola manera de entenderlo. La salud también es un campo de discusión teórica. No hay un enfoque único y verdadero. Además, la corriente hegemónica del momento centraba todos los esfuerzos de la salud pública en la cura de la enfermedad y se dejaba de lado la integralidad de la persona. El MIS, como alternativa, propone algo completamente diferente: ve a la persona en relación con su comunidad y su ambiente natural, apuesta por un sistema pertinente culturalmente y enfatiza la perspectiva de género al reconocer el papel de la mujer en la búsqueda de la salud.
Una nueva concepción de la salud es el corazón del MIS. Esta es mucho más que el estado de ausencia de lesión y de enfermedad y no es solo un servicio prestado por el Estado a un usuario o por los centros privados de atención a un cliente. El MIS nos invita a concebir la salud como una dimensión dinámica e integral de las personas. Nos abre las puertas a otras maneras de concebir el bienestar, que parten del reconocimiento valiente de la pluralidad de las concepciones de la vida y del mundo que conviven en Guatemala. Así, la salud es un derecho a defender el bienestar y a velar por él con «voluntad, trabajo articulado, conocimientos técnicos, osadía y creatividad», como dijera la señora ministra en la 70 Asamblea Mundial de la Salud.
Desde el MIS, impulsado por el equipo ministerial actual, se está repensando el Estado mismo. Las primeras arenas de lucha son las ideas y las prácticas institucionales, administrativas y ciudadanas: una salud abierta a los diferentes saberes y a las distintas prácticas que cuestionan la médula del Estado racista guatemalteco; salubristas (enfermeras —y enfermeros—, doctores —y doctoras—, técnicos, administrativos) que rescaten la institucionalidad y dignifiquen la administración pública orientada al bien común, y no al interés personal; y, por último, la participación y el involucramiento organizados de las comunidades que hacen un llamado a construir un nuevo tejido social, una sociedad que acompañe la función pública. En síntesis, un Estado que desde el sistema de salud responda a lo público, que escuche y se atreva a construir política pública desde los contextos y las culturas, y que esa sea su fuerza motora en el fortalecimiento institucional.
¿Acaso no se está pensando, desde la experiencia del MSPAS, un nuevo Estado, una nueva forma de empoderar la administración pública de la mano de la participación ciudadana? Yo veo, al igual que Guarchaj, que sí y recuerdo entonces las palabras que alguna vez le escuché decir a un doctor: «Son las ideas las que permiten los cambios». Son las ideas que permiten pensar el Estado desde otros esquemas, desde otra ética, las que permiten ver otras realidades.
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