Me quedé pasmado. Había varias mujeres feministas presentes a quienes no les pareció gracioso el comentario, pero optaron por cambiar de tema. Sin embargo, el prejuicio disfrazado de chiste había aparecido. Otra vez.
No soy experto en feminismos. Soy solo un individuo que con alguna frecuencia se coloca lentes feministas que provienen de aportes científicos y políticos indispensables. Del mismo modo, tengo lentes keynesianos, marxistas, ambientalistas, ateos, católico-culturales, y hasta una lupa socialista libertaria. Con todo lo anterior, entre inexpertos, quiero proponerle un reto.
¿Usted cree que todas las personas somos iguales en derechos y obligaciones?
Si la respuesta es sí, continúe leyendo. Si piensa lo contrario, ya puede ir cerrando esta columna y dedicándose a algo más porque la esencia de los feminismos es eso: la lucha por denunciar las opresiones, las evidentes y las que no vemos porque nos educaron para ejercer la ceguera selectiva. Y después de identificar las opresiones viene lo más difícil: tratar de actuar coherentemente.
Antes de plantearle este reto en dos dimensiones debo advertirle que debe reconocer opresiones y tratar de actuar en consecuencia. La tarea entonces no es fácil. Las opresiones provienen de ejes de diferencia como la clase social, el género, la edad, la discapacidad o la raza (que biológicamente no existe, pero sí como construcción social productora del racismo). Y a las opresiones anteriores pueden sumarse muchas más que no alcanzo a abordar en estas líneas.
El reto va desde algo tan sencillo como no regañar a un niño por jugar con muñecas hasta no tolerar que una mujer trabajadora de casa particular tenga jornadas de 16 horas. ¿Le parece muy difícil? A la mayoría de hombres y mujeres les resulta más fácil entrar en negación y cambiar de tema, pero de eso se trata el reto, ya que una cosa lleva a la otra. Superar la homofobia implica comprender que un niño no se homosexualiza por jugar con muñecas y que el rechazo por lo femenino en un niño tiene su raíz en la inferiorización de las mujeres. ¿Por qué cree que es insulto decirle a un hombre que parece mujer? Y el segundo ejemplo va por el mismo rumbo. Nos resulta justo reclamar derechos económicos o laborales para nosotros, hombres o mujeres, pero no nos gusta reconocer que también ejercemos la explotación de personas vulnerables en nuestras casas.
Entonces vuelvo a la misma pregunta: ¿usted cree que todas las personas somos iguales en derechos y obligaciones? ¿Sigue respondiendo igual?
Es fácil ignorar las injusticias cuando no nos afectan directamente. De esa manera, sin empatía es impensable tratar de crecer como personas. Aquí solo abordamos dos situaciones sencillas y cotidianas, pero en ambos casos al jalar la pita encontramos que detrás hay prejuicios, intereses, acaso amargos recuerdos y negaciones. Por eso, antes de burlarse de una mujer feminista, recuerde que muchas han muerto por atreverse a hablar de sus derechos. Y lo menos que podemos hacer es dejar de ridiculizar las luchas más antiguas de la humanidad.
Las feministas asustan a la mayoría de los hombres porque no son obedientes. Y muchas, cuando hablan, dejan sin argumentos a cualquier macho. Eso está claro, y desgraciadamente el mal chiste de mi amiga tiene algo de verdad. Pero ahí es donde la empatía puede entrar en juego. Si racionalmente usted puede reconocer una injusticia, ¿por qué tolerarla?
Anímese a leer o escuchar algo sobre feminismos. Su vida va a mejorar, ya que contará con perspectivas necesarias para cualquier hombre o mujer. Le advierto que hay feminismos para todos los gustos, desde los posicionamientos más radicales hasta propuestas liberales. Y recuerde que al final del día no deberían importarnos las etiquetas. Lo que realmente importa es atrevernos a contemplar el mundo con mirada crítica y, por supuesto, a actuar en consecuencia.
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