Esta discusión ha hecho evidente, entre otras cosas, la pluralidad que atraviesa a este sector del pensamiento guatemalteco; de aquí que se haya visto intentos por reducir la importancia misma de la diferencia entre derecha e izquierda. No deja de ser interesante que este pluralismo haya sido reconocido por intelectuales acostumbrados a ignorar, desde otra perspectiva, la diversidad de planteamientos de la izquierda contemporánea. Quizás por inercia histórica, muchos intelectuales derechistas siguen asimilando los planteamientos contemporáneos de la izquierda con la ortodoxia anquilosada que alimentó al “socialismo real”.
Es difícil no ver en esta tendencia hacia la generalización resabios de una actitud que, en otros tiempos, hizo que a muchas personas que cuestionaban la injusticia de nuestra sociedad se les aplicaran los epítetos de “socialista” o “comunista” cuando éstos equivalían a una condena a muerte. Esta actitud de generalización se manifiesta, hacia adentro, en una generalidad cuestionable que lleva a cubrirse, cuando las criticas arrecian, con la frazada del liberalismo para disgusto de sectores liberales progresistas que para nada comulgan con el individualismo extremo y la adoración de la mano invisible del “libre mercado”. Estas estrategias discursivas denotan las motivaciones ideológicas de un sector para el que los ropajes ideológicos sólo sirven para justificar bienes y privilegios obtenidos a través de una historia vergonzante.
En virtud de tales inconsistencias ideológicas, considero que el punto de articulación de la derecha guatemalteca no depende de posición ideológica alguna. Sigo al pensador norteamericano Corey Robin cuando afirma que el pensamiento de derecha responde a la necesidad urgente de sostener las estructuras de subordinación de una sociedad desigual; Robin piensa que este pensamiento surge de la experiencia de tener el poder, para tratar de recuperarlo cuando éste se ve amenazado. ¿Acaso no suelen coincidir los derechistas guatemaltecos, con independencia de su bandera ideológica, en la oposición contra toda actividad o pensamiento que trate de promover la igualdad en una sociedad como la nuestra? ¿No se conjunta este sector en un rechazo categórico y agresivo desde el juicio por genocidio hasta las protestas contra la explotación minera, pasando por su incendiaria oposición al gobierno venezolano?
La derecha guatemalteca, pues, parece programada para desarrollar una unidad granítica frente a todo cuestionamiento de la opresión y la desigualdad. Los exponentes de la derecha amarán la libertad, siempre que ésta se entienda como no interferencia, esto es, el tipo de libertad que le garantiza al poderoso la posibilidad de hacer lo que le da la gana. Esta noción de libertad es incapaz de recoger las ansias de emancipación de esas mayorías que tienen que organizar sus vidas dentro de las prisiones de la injusticia y la desigualdad.
Ahora bien, no puedo dejar de pensar que la renuencia a erradicar la desigualdad es más fuerte en sociedades cuyas élites económicas han consolidado su poder en función de las alianzas familiares, como lo demuestran los ya clásicos estudios de Marta Elena Casaús Arzú y Paul Dosal. Es de notarse, sin embargo que al ubicarse en esta dimensión, el carácter reaccionario de la derecha guatemalteca se torna más radical, precisamente en la medida en que, como también lo argumenta Robin, la mentalidad reaccionaria rechaza el ímpetu igualitario en tanto éste pone en entredicho las estructuras de poder más íntimas y personales. De este modo, el ya hipertrofiado elitismo de nuestra derecha adopta una posición abiertamente agresiva, como lo prueba la mezcla de apoyo, consentimiento y silencio que haya hecho posible la consolidación pública de agrupaciones de extrema derecha que ya parecían desterradas de nuestra historia.
Contra lo que se pueda pensar, sin embargo, dicha radicalidad no se refleja de manera consistente en la lucha ideológica. En efecto, el radicalismo de la lucha intelectual contra la izquierda, no muestra el mismo ardor en la oposición a las tendencias mercantilistas que perviven en nuestra sociedad; la referencia al mercantilismo sólo aparece cuando se trata de explicar las múltiples fallas del liberalismo. Y es que es de esperar que un sector que se destaca por sus ataques, muchas veces personales, contra los exponentes de la izquierda, no se anduviera con miramientos para criticar a aquéllos que destruyen sus doctrinas de hecho al abusar del Estado para avanzar sus intereses económicos Pero, ¿por qué no son tan radicales cuando se trata de denunciar los intereses de los grupos económicos de nuestro país, muchos de ellos surgidos al amparo de un Estado? ¿Nos podrían explicar los voceros de los centros de enseñanza y think thanks neoliberales la notoria inconsistencia que supone dejar que grupos económicos con una historia menos que decorosa, sostengan con sus fondos su lucha por la libertad?
Quizá sea muy difícil contestar estas preguntas, dado que tal esfuerzo suponga el duro golpe que significa caer de las ideas hacia las crudas conveniencias. Quizá podamos comprender que la vida es un claro-oscuro; pero esto no significa que no tengamos derecho a pedir un poco más de definición en áreas cruciales de una posición ideológica. Porque uno no puede menos que sospechar de una radicalidad que se ceba en los sectores históricamente oprimidos, pero inclina la cabeza ante los poderosos. Esto demuestra, a mi parecer, la falta de sensibilidad moral de los que detentan el poder en nuestro país.
Más de este autor