Afortunadamente ya me libré de las compras de útiles escolares. Siempre fueron un dolor de cabeza, especialmente cuando los pedidos descabellados se convirtieron en chantaje. El borrador, el lápiz, las medias, la agenda, todo debía llevar el logo del establecimiento. Exquisiteces superfluas que no respondían a lo fundamental: ¿Cuál era la relación costo/aprendizaje?
Hasta los zapatos llegaron a ser parte de la bolsa escolar. Quienes usaban zapatos distintos eran amonestados. Aquellos que justificaron su incumplimiento en el padecimiento de problemas ortopédicos, fueron obligados a presentar el certificado médico.
Más de una vez compré libros y cuadernos que fueron parcialmente usados, materiales que quedaron sin estrenar y otros tantos que sin qué ni para qué fueron considerados “donaciones voluntarias”.
Otras veces, me pareció que los libros de texto eran demasiado simples o bien, extremadamente complejos para el grado que mis hijos iban a cursar. Recuerdo especialmente el de estudios sociales de sexto primaria. Contenía datos erróneos y otros imprecisos. Fue el único reclamo que me hizo merecedora de una disculpa aunque no de la devolución de mi dinero.
¿Cómo saber si el listado de útiles era realmente útil? El acertijo debía resolverlo a lo largo del año y las tareas podrían darme algunas pistas.
Por ejemplo, copiar textualmente párrafos enteros de un libro de texto hablaba muy mal del docente y del método. Un mal punteo cuando la respuesta a una pregunta de examen no era exacta a lo dictado por el profesor es indudablemente otro pésimo indicador.
Recuerdo con especial desagrado las tradicionales maquetas, esos pedazos de cartón sobre los cuales se construyen los modelos de la sinrazón: la maqueta de la casita, la del sistema solar, las jurásicas con dinosaurios y cavernas, las del volcancito haciendo erupción con una tableta de Alka Seltzer. Una verdadera pérdida de tiempo y dinero que luego iba a parar al recipiente de la basura. Ni qué decir de las colecciones de insectos, hojas, metales o piedras ordinarias. Actividades inútiles, centradas en modelos de acumulación de información inconexa, sin sentido ni impacto en la mente del educando.
Las bajas calificaciones, por ende, no son siempre responsabilidad exclusiva del estudiante sino también de ese maestro para quien enseñar se reduce al depósito de conocimientos y aprender, es simplemente memorizar y repetir la lección dada.
Enseñar es crear las condiciones para producir conocimiento nuevo, es curiosear, experimentar juntos maestro-alumno y en ese proceso de experimentación, quien enseña aprende y quien aprende enseña.
Enseñar es reconocer que el conocimiento es parcial, inacabado y por lo tanto es preciso tener una mente en movimiento, crítica y abierta, capaz de cuestionar lo que existe y producir lo que no existe.
En consecuencia, un buen educador no es quien enseña muchas cosas sino quien logra que sus alumnos aprendan y sobre todo que aprendan a aprender. Es quien aprende enseñando y asume con humildad su propia necesidad de aprendizaje permanente.
Entender esto es primordial. Si dicha misión es incomprendida, todo lo demás será vano, incluyendo el material escolar y estaremos “gastando pólvora en zanates”.
Preocuparse por el alto costo de los útiles es legítimo, protestar por los abusos de los comerciantes de la educación también, pero más importante aun es preocuparse y ocuparse de vigilar el resultado, asegurar que lo que hagamos sea verdaderamente una inversión y que exista correspondencia entre costo/efectividad y beneficio. En otras palabras, vale la pena plantearse las siguientes interrogantes: ¿Qué? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Cómo? y ¿Cuándo?
“De la misma manera que no puedo ser profesor sin sentirme capacitado para enseñar correctamente y bien los contenidos de mi disciplina, tampoco puedo reducir mi práctica docente a la mera enseñanza de los contenidos. Tan importante como la enseñanza de los contenidos es la decencia con que lo hago, mi preparación científica expresada con humildad, sin arrogancia. Es el respeto nunca negado al educando, a su saber hecho experiencia, que busco superar junto a él”. Paulo Freire
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