No me interesa hablar aquí de la Iglesia y su conservadora postura en cuestiones de género. Me interesa, más bien, hacer la conexión entre lo dicho por Bergoglio, las campañas de cambio individual tipo Guatemorfosis y la (bienintencionada pero problemática) campaña “Que nos definan las acciones, no las palabras”. Como veremos, las tres comparten cierta noción perversa de tolerancia que las sustenta, lo que a su vez explica, al menos parcialmente, su éxito en ciertos sectores.
Dice Bergoglio, en lo que parece un cambio de postura, que él no es nadie para juzgar a un homosexual que busca sinceramente acercarse a dios. Y añade que la orientación sexual no tiene nada de malo ni pecaminoso; lo malo y pecaminoso, señala, es actuar homosexualmente o tener sexo homosexual. O sea, no juzga a los homosexuales siempre y cuando no expresen su identidad o tengan una relación con la persona que aman. Dicho de otro modo, la palabra “homosexual” es permitida, el actuar “homosexual” no.
Ésta es, sin lugar a dudas, una movida magistral que se puede resumir bajo el viejo dictamen: ama al pecador pero odia el pecado. Te digo que te amo y te acepto pero simultáneamente me reservo la autoridad moral para definir cómo debe ser vivida la vida y qué califica como pecado. En otras palabras, no te culpo por ser gay, trans o trabajadora sexual, por ser pobre o desnutrido; te culpo por no hacer lo suficiente por dejar de serlo, por no hacer lo necesario para ser como yo. Porque el cambio, querido, está en ti. Es, en última instancia, una versión perversa del viejo y conocido culpar a la víctima.
Algo similar sucede con campañas como Guatemorfosis. Se ama al guatemalteco abstracto y se idealiza una supuesta identidad guatemalteca también abstracta e idealizada, pero se odia al guatemalteco de carne y hueso, al que se le dice no sólo que debe cambiar, de forma individual, sino cómo debe cambiar: participar en el círculo de producción, intercambio y consumo del mercado, y asumir la cultura hegemónica. Ambas, la postura de Bergoglio y la de la Guatemorfosis (y demás campañas parecidas), son posturas que rayan en lo esquizofrénico pues colocan al sujeto entre un ideal al que debe aspirar para ser amado y aceptado, y la realidad que lo desprecia y margina precisamente por no serlo. Con el atenuante, en ambos casos, de dejar la responsabilidad del éxito o el fracaso exclusivamente en el individuo, como si éste flotara en un vacío socio-político ajeno a las relaciones económicas y de poder.
A pesar de las obvias buenas intenciones y lo necesario de concientizar sobre la discriminación sexual y de género, algo semejante sucede con la campaña por la tolerancia. Los diversos mupis también presentan los valores centrales de la sociedad patriarcal-capitalista como ideales a los que estos individuos deben aspirar para ser amados y respetados: en resumidas cuentas, ser trabajador, emprendedor, creyente y gustar de la vida en familia. Las diversas frases de la campaña —soy educadora, trabajadora, emprendedora y soy mujer trans, soy profesional, creyente, madre de familia y vivo con VIH, soy enfermero, deportista, responsable y soy gay, y soy madre, estudiante y trabajadora sexual— parecieran sugerir que la aceptación de lo “anormal” (ser gay, trans, prostituta o portador de VIH) depende de la capacidad de estas personas de pasar desapercibidas, asumir los valores propios de la cultura hegemónica y no cuestionar el sistema mismo que los discrimina y marginaliza. Es, pues, una versión más de las necesidad del cambio individual como único medio de acceso al paraíso de la “norma”; “norma” que, repitiendo, es precisamente lo que genera la marginalización, exclusión y rechazo del que debe o busca escapar de ella.
Todos estos ejemplos están atravesados por el mismo discurso neoliberal sobre la tolerancia que postula, como señalaba en un post anterior, que el que debe tolerar es siempre el excluido, el marginado, el desempleado, el pobre, el gay, el étnicamente otro. Lo perverso es que no sólo debe tolerar al sistema mismo que lo excluye, margina y lo convierte en pecador, sino que debe aspirar a ser como el sujeto ideal de ese sistema. Es, en suma, un discurso y actitud que pareciera decir, ‘te quiero y te tolero siempre y cuando no me muestres tu diferencia, siempre y cuando tu diferencia permanezca en el closet apartada de mi vista, fuera de mi mundo y mi círculo de acción’. Es en realidad bien simple: ama a tu prójimo como a ti mismo (siempre y cuando tu prójimo sea como ti mismo).
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